Una historia de Gran Vía


 

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El grito le sorprendió en medio de Gran Vía, su nombre pronunciado con un punto de excitación e histeria con el claro objetivo de llamar su atención.

El grito le sorprendió en medio de Gran Vía, su nombre pronunciado de una forma que hacia años que no oía tras el termino «señorito» que tanto le recordaba a las películas de Gracita Morales pero que no le hacía ninguna gracia ni cuando era mas joven ni pasado tanto tiempo después de la última vez que se dirigieron a él en aquellos términos.

El grito le sorprendió en medio de Gran Vía, procedía de una mujer de mediana edad, de incierto atractivo y que en su juventud debía haber sido bella o, al menos, podía haberlo sido, pero que ahora parecía haber cruzado el mundo a pie desde el pasado para llegar a aquella calle, a aquel momento en el que le llamaba con un destello de reconocimiento en los ojos. Era evidente que le conocía, que sabía exactamente quién era y aunque lo negara no sabría engañarla porque le conocía. Pero él no era capaz de ubicarla en el tiempo y el espacio. Esa extraña e incómoda sensación de saber que conoces a alguien pero no sabes de qué ni desde cuando.

El grito le sorprendió en medio de Gran Vía, tanto que no fue capaz de hacer caso al instinto que le azuzaba a ignorarlo y giró sobre sus talones para enfrentar la mirada de aquella mujer a la que el peso del tiempo encorbaba la espalda y las varices tatuaban unas piernas embotadas.
-El señorito no se acuerda de mi ¿verdad?- su acento dulce y rumboso, procedente del otro lado del atlántico parecía querer remover algo en su memoria.
-Me va a perdonar, la verdad es que creo que no la conozco- respondió intentando ganar tiempo, mientras su cerebro funcionaba a toda velocidad intentando ubicarla, sin éxito, en el espacio temporal correspondiente.
-Han pasado tantos, tantísimos años, mi niño…- respondió ella con la melancolía solidificándose en su cuerpo, un aura de pretéritos que les rodeó a ambos alejándolos del bullicio de aquella atestada calle en hora punta.

El grito le sorprendió en medio de Gran Vía, y cuando fue capaz de reconocerla pronunció su nombre como un sortilegio con el que conjurar horas, minutos y años.
-¿Francisca?- titubeó, aunque sabía que era ella, Francisca, Paca, la bella, la mujer que estuvo trabajando en casa de sus padres cuando él apenas había descubierto que las mujeres eran capaces de darle la vuelta a un hombre con un sólo gesto de su mano. Cuando Francisca era una mujer de medidas rotundas y alegría a flor de piel. Una piel que aprendió primero a desear y después a explorar. El primer territorio que conquistó con su lengua y que durante tanto tiempo había formado parte de sus fantasías nocturnas para después ser parte de su día a día. Se sentía conmocionado al enfrentarse a aquella mirada que pertenecía a un cuerpo que ya no reconocía, que había olvidado, que no se correspondía a lo que la memoria de las noches solitarias había sublimado.
-Pues claro que soy Francisca, mi niño. Hay que ver que ya te has convertido en todo un hombre.
Desde la última vez que la vio habían pasado más de quince años, desde el final de una adolescencia que, como todas, fue turbulenta.

El grito le sorprendió en medio de Gran Vía, resumiendo en apenas unos minutos toda una vida sin ella. Un matrimonio. Un divorcio. Dos niños que casi no podía ver por culpa de los vericuetos legales que el abogado y novio de su ex mujer parecía haber diseñado a su antojo. Una soledad mal compartida consigo mismo y con otros solitarios vencidos por el peso de una vida que parecía no haberlos elegido. Cuando las tardes las pasaba con los pechos de Francisca entre las manos creía que el mundo estaba ahí para que él cogiera lo que deseara. Ahora aquellos senos los adivinaba mucho menos tersos y rotundos y el mundo le había dado la espalda. Los años son injustos con todos y con ellos dos no había hecho excepción alguna. Y ahora se encontraban frente a frente, años después de la última vez que sintieron la piel de la una contra la del otro, media vida desde que los padres de él los descubrieron y ella pasó a formar parte del mundo en el que no sabes si las cosas son reales o sólo son producto de la imaginación.

El grito le sorprendió en medio de Gran Vía, dejándole fuera de combate, tanto que no reaccionó cuando Francisca le dijo que venía de trabajar, que vivía cerca y que, si quería podía acompañarla. Tampoco reaccionó al bajar la calle con ella al lado, torcer en un callejón, girar a la izquierda en la farmacia, al subir las destartaladas escaleras de un edificio que, como ella, debía haber conocido tiempos mejores. Tampoco reaccionó cuando ella empezó a desvestirle buscando en sus ojos el resquicio de aquél adolescente al que había querido como a un hijo y como a un hombre.

mp3: Air «How does it makes you feel? (edit)»

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