Catholic Star System: efectos especiales


 

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Nadie presta atención a una anciana demente. Y esa es una baza que ella sabe jugar muy bien, la aprovecha y la maneja a su antojo para que nadie le haga caso. Siempre, de una u otra manera, lo ha hecho así y siempre le ha reportado buenos resultados. Sobre todo después de la guerra, cuando las jovencitas del lugar acudían a ella para restituir su virtud, cuando las solteronas recurrían a sus servicios para encontrar marido, cuando las casadas buscaban atar a sus díscolos esposos, cuando aquellos pobres desviados buscaban satisfacer urgencias carnales en el cuartucho de atrás de la zapatería de su esposo, que en paz descanse. Todo por un precio, módico, pero que le permitió a ella y a su familia vivir con una cierta holgura frente a las penalidades del resto y, para qué negarlo, pagó los estudios de sus hijos, al mayor de ellos, incluso la carrera de medicina.

Pero de aquellos tiempos, de aquellos buenos tiempos en blanco y negro, poco quedaba ya. Llegó un momento en el que todo el mundo se volvió escéptico, descreído, y no necesitaba de sus servicios. La virginidad ya no era importante para llegar al matrimonio. Ser soltera dejó de ser un lastre. El remedio a los maridos díscolos pasaba por disolver el santo matrimonio. Hasta aquellos desafortunados desviados ya no necesitaban de la clandestinidad y los escondrijos, hasta podían casarse. Tanto habían cambiado las cosas que la mujer que había sacado adelante a toda su familia pasó de matriarca a estorbo, una molestia que sus hijos se repartían cada cuatro meses. Se resignó a ser aquella carga, asumiendo que era el justo pago por todo lo que ella había tenido que hacer para que su familia no languideciera con la cartilla de racionamiento, para que los niños vistieran de una forma decente y, sobre todo, que no faltara una comida decente en la mesa. No se avergonzaba de nada, pero de algunas cosas no se enorgullecía.

Que su nieta, la única chica, necesitara de aquellos trucos llenos de polvo sí que la hizo sentirse importante, necesaria, útil. Después de décadas en el olvido, sus conocimientos servirían una última vez. Nada de conjuros, filtros o ataduras. Algo mucho más sencillo: dejarla como si nunca la hubieran desflorado, como si no hubiera conocido varón. Y pese a los años de olvido, aunque no lo hubiera hecho desde hacía casi treinta años, sus manos dejaron de temblar en el momento en el que se inmiscuyó entre los tersos muslos de dieciséis primaveras de su nieta con una aguja en ristre. Y fue su mejor trabajo.

No se le ocurrió a ella toda la patraña que montó la niña, pero al oír al confesor de su nuera supo que lo mejor era callar y fingir que había perdido la cabeza. Nadie presta atención a una anciana demente.

De todas formas, lo más raro de todo es que aquella mañana, a primera hora, mientras estaba vigilando la leche para que no hirviera, entró en la cocina un joven muy parecido a su marido, que en paz descanse.

mp3: The Cardigans «Erase/rewind»

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