Anoche mismo me asaltaba un pensamiento que me ha rondado la sesera durante los últimos años y es «¿Por qué nunca me he acercado a Javier Krahe cuando he tenido oportunidad?». La cuestión me vino a la cabeza porque este fin de semana he tenido el privilegio de conocer a Luis Pastor, otro de los referentes para cualquiera al que le guste la música de voz y guitarra y se descuelgue un poco hacia la izquierda.
Las oportunidades de conocer a Krahe han sido varias, más que el primer concierto que le vi en la sala Galileo, en otros conciertos suyos en el maravilloso Café Central. Precisamente allí fue, tras un concierto de Andreas Prittwitz, sentado en la mesa de al lado de la escalera, que me contuve. No sé por qué. No sabría cómo abordarle. Siempre pensé que habría otra ocasión, un momento más adecuado.
Y se nos ha ido. Justo ahora. Que siempre había estado ahí pero de nuevo estaba cada vez más presente de la mano de generaciones que reivindican su mordaz y lúcido sentido de humor. Que su receta para cocinar un crucifijo debiera estar en el «1080 recetas de cocina». Que todos somos un poco Cuervo Ingenuo y estamos aprendiendo que hombre blanco habla con lengua de serpiente.
Y yo con este post como un gilipollas, madre. Y yo con este post como un gilipo-o-o-llas.