Como «Las cazadoras de hongos», publicado en esta entrada, este es un poema original de Neil Gaiman que escribió para un evento poético llamado «El universo en verso» organizado por BrainPickings.
Este poema está dedicado al astrónomo Arthur Eddington cuyo trabajo obteniendo imágenes de eclipses permitió que Albert Einstein confirmara la teoría de la relatividad que le catapultó a la fama. El poema se hace eco, además, de la relación que estableció Eddington con Charles Trimble, la única que consiguió que se saltara su monástica disciplina.
En un sólo poema, Gaiman aúna la historia de la ciencia y una historia de amor imposible.
EN TRÁNSITO (para Arthur Eddington) por Neil Gaiman
1.
Para encontrar la multitud en lo singular sudó bajo cielos extranjeros para ver las estrellas tras el sol.
Así que el espacio y el tiempo fueron desmadejados la realidad se hizo patente. Encontramos la multitud en lo singular.
No hay fotografía, ni una, que muestre la mente tras los ojos. Él vió las estrellas tras el sol.
No fue una espada o cuchillo o arma una simple foto cercenó los nudos. Encontró la multitud en lo singular.
La luz se curva a nuestro alrededor. Así que corremos mientras la gravedad reclasifica las estrellas que vemos tras el sol.
Para ver el mundo más allá de los cielos, para conocer la mente detrás de los ojos, para encontrar la multitud en lo singular nos mostró las estrellas detrás del sol.
2.
Sin que le jodan, o de alguna manera retirado, en el sentido peculiar del término. La jubilación nunca será una opción. El caballero cascarravias con el sombrero que entiende qué signigican los números recuerda un paseo en bicicleta cuando era más joven.
El humo de los cigarros que no fuma golpea sus pulmones mezclándose con el zumbido del alcohol que nunca bebe la sociable cerveza tras el paseo por el campo que le daba tanta sed. Y después se tumbaban sobre la hierba incipiente. mirando a las estrellas. Juntos. Todas las estrellas.
Contables como las palabras en una Biblia, contable como los cabellos de la cabeza su amigo, todo contable, y por esa razón nunca se tocaron realmente. La sombra de la prisión la desgracia quizás cerniéndose entre ellos como la sombra de un eclipse.
Y en otra vida, en otro tiempo, para ver las estrellas detrás del sol, toma fotografías batallando contra la cobertura de nubes. Convirtíendose en aquello que ocurrió en Principe, cuando demostró que el alemán tenía razón, que la luz tenía peso, año y medio después del armisticio. Un popularizador que no cortejaba la popularidad.
En algún momento un niño contará estrellas. En algún momento un hombre fotografiará la luz. En algún momento su dedo jugará con la barba incipiente de otra mejilla y por un momento todo es relativo.
En este vídeo podéis ver una animación que recrea el momento en el que Arthur Eddington tomó las fotos del eclipse que demostraron la teoría de Einstein.
Sinceramente
ya que las palabras huyen
fugitivas
presurosas
entre el verbo y el adjetivo,
rindo cuentas a las nubes,
al viento pasajero
que una vez besó mis labios y mesó cabellos ajenos eso es, mesó cabellos ajenos,
a la lluvia traicionera
que una vez y dos, y tres… he dicho, una vez
quiso venderme al peor postor.
Los anticiclones
que alargaron los estios
ahora huyen
a dos voces te esquivan
Dorados rayos de sol
que aquella vez
me devolvieron lo que había
perdido.
Reten éstas palabras en tu memoria recuérdalas apúntalas rezalas cada noche
alguna vez podrás
necesitarlas.
Todos los fríos de los días de cuchillos
y las cucarachas con corbata y toga
que pierden el tiempo
en la vivisección de desayunos
que se prolongan hasta la hora de la cena.
Lo único que nos hace iguales
es la parca,
terminamos por creernos que
la democracia es para los ilusos
la democracia es para los que la fe
pasa por los cuentos de hadas
la democracia es para los que puedan
pagarla como a un amor eterno
de esos de anuncios por palabras.
Nos jactamos de ser invulnerables.
y por las noches volvemos a ser los niños
con las rodillas de arañazos
y aventuras,
tapándonos la cabeza
para que no nos vean nuestros miedos.
Se nos amontonan las consignas en la boca,
los símbolos en las fotografías.
Impertinente, la realidad
se sirve otro copazo de ginebra.
Habla de tiempos pasados
que no fueron mejores
que no fueron peores
pero que se acodaban
en la barandilla de la ignorancia.
Cuando estás dentro de una tarta, la oscuridad no es completa porque siempre cuentas con un pequeño resquicio ahí donde se une el cuerpo de la tarta con la tapa que se levanta para salir.
Me llamo Tina Estrada. Bueno, no me llamo así pero ya nadie me conoce de otra forma. Y suelo decir que me encargo del entretenimiento para adultos y adúlteros. A mi amiga Marnie se le ocurrió ese chascarrillo y siempre me ha hecho mucha gracia, por eso lo uso cuando puedo. Marnie tampoco se llama así. Es por una película antigua y por eso se tiñe el pelo rubio y se lo recoge y viste trajes de chaqueta. Además de amiga, Marnie es mi jefa y la relaciones públicas de la empresa.
Antes me aferraba a ese resquicio de luz mientras me llevaban a la sala en donde tenía que salir. Es la única referencia que puedes llegar a reconocer porque todo lo demás te es extraño, los sonidos te llegan amplificados, la costura de nylon de la parte de arriba del bikini te produce rozadura, el traqueteo del carrito parece que va a hacer que no encuentres la posición que te permita dar la sorpresa y crees que vas a perder el equilibrio volcando la tarta. Pero eso sólo pasa al principio, sólo la primera decena de veces.
Imagino que mi cara la primera vez que salí de una tarta era más de desconcierto y sorpresa por mi parte que la del chico al que habían disfrazado de camarera del Oktoberfest. Que es una cosa que no entiendo. Que cada vez que un hombre se casa sus amigos se empeñan en travestir al homenajeado proyectando una imagen delirante y enfermiza sobre el sexo femenino. Desde entonces me he encontrado con hombres disfrazados de Jessica Rabbit, de pornochacha, de dominatrix y múltiples variaciones sobre el mismo tema. Que no digo que no haya otras veces en las que me encuentro a un grupo de borrachos celebrando el futuro matrimonio de un amigo vestidos de forma normal.
A todo se acostumbra una. Aprendes a distinguir los sonidos de las ruedas del carrito sobre las distintas superficies. A mantener el equilibrio sobre los tacones mientras estás en cuclillas. A esperar que la tarta se pare y deje de sonar la música para salir. A sentir la tensión de la anticipación fundiéndose sobre la tarta como una sustancia física tejida de afanes lujuriosos. Y al final ya no necesitas el resquicio de luz porque el salir de una tarta es un trabajo tan rutinario como el de cualquiera pero con un horario y un uniforme un poco más peculiar y una más trabajada sonrisa profesional.
Llega ese momento en el que no tienes que prestar casi atención, puedes pensar en tus cosas, desde la lista de la compra, al siguiente trabajo o qué estudiar cuando decidas tomártelo en serio y seguir una carrera fuera del mundo del entretenimiento para adultos. Se para el habitual traqueteo del camino y te dispones a salir; compones tu mejor sonrisa y te concentras en el momento, sin darte cuenta que no se oye el murmullo habitual, que las risas y el jolgorio etílico no está presente fuera de la tarta. Que tampoco suena música. Te concentras en tu momento y no te das cuenta de que esta vez no es como siempre.
Lo descubres al salir, impulsada hacia arriba, los brazos levantando la tapa y buscando el techo y el sonido se transforma en el disparo de un revolver. Un sonido que no reconoces porque no se parece en nada a esos que se escuchan en las películas. En ese momento pasas de ser Tina Estrada, técnica superior en entretenimiento para adultos y adúlteros, a ser Maria del Carmen Salmerón, testigo protegido por haber presenciado un asesinato cometido por el principal capo de la mafia.
Por cierto, si alguien puede hablar con Marnie, decidla que estoy bien.
El título de este cuento sale de una canción de los enormes «El niño gusano». Escúchala aquí.