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Nunca conocí a Javier Krahe


Anoche mismo me asaltaba un pensamiento que me ha rondado la sesera durante los últimos años y es «¿Por qué nunca me he acercado a Javier Krahe cuando he tenido oportunidad?». La cuestión me vino a la cabeza porque este fin de semana he tenido el privilegio de conocer a Luis Pastor, otro de los referentes para cualquiera al que le guste la música de voz y guitarra y se descuelgue un poco hacia la izquierda.

Las oportunidades de conocer a Krahe han sido varias, más que el primer concierto que le vi en la sala Galileo, en otros conciertos suyos en el maravilloso Café Central. Precisamente allí fue, tras un concierto de Andreas Prittwitz, sentado en la mesa de al lado de la escalera, que me contuve. No sé por qué. No sabría cómo abordarle. Siempre pensé que habría otra ocasión, un momento más adecuado.

Y se nos ha ido. Justo ahora. Que siempre había estado ahí pero de nuevo estaba cada vez más presente de la mano de generaciones que reivindican su mordaz y lúcido sentido de humor. Que su receta para cocinar un crucifijo debiera estar en el «1080 recetas de cocina». Que todos somos un poco Cuervo Ingenuo y estamos aprendiendo que hombre blanco habla con lengua de serpiente.

Y yo con este post como un gilipollas, madre. Y yo con este post como un gilipo-o-o-llas.

El orgullo del Tercer Mundo (o África empieza en los Pirineos)


 

Esta entrada no es la que tenía planeada colgar hoy, pero lo que he sufrido ayer merece que me desahogue un poco.

Se supone que vivimos en un país desarrollado, que pertenecemos a la Unión Europea (éste semestre, incluso, somos el país que la preside). Pues bien, con tanto desarrollo como el que tenemos, resulta que cuando hay una helada y cae una nevada, el país desarrollado se colapsa y vuelve a la edad de piedra, o de hielo, como prefiráis.

Así, un viaje de cuatro horas y medias se transforma en una odisea: mi tren destino a la Villa y Corte tenía que salir a 19:20 pero se retrasó hasta las 19:50 ¿Por qué? Sin explicación alguna, porque para qué le vas explicar nada a los sufridos clientes y viajeros. Que se joroben. Al menos ese era el careto de todo el personal del tren. Las estaciones se sucedían con más o menos normalidad. Y a las 23:00 se llegó a Valladolid donde, en teoría, había cambio de tren. Algo anunciado en la web de Renfe desde dos días antes. Sabiéndolo de antemano te plantéas que ya tendrán el nuevo tren preparado, que lo pondrán en el andén de enfrente y cambiarás de vía tan feliz sin más contratiempo… Craso error: el nuevo tren no estaba listo y nos dijeron que tardaría 45 minutos que se alargaron hasta casi la hora y media y lo pusieron en otro anden al que, para acceder, había que subir una pasarela de escaleras empinadas lo que, con los maletones que llevaba la gente lo convertía en una proeza digna de unos cuantos cantares de gesta. Al final el tren se puso en marcha llegando a su destino a las 2:00. En fin. Resignación. No va a haber metro así que habrá que soltarle la tela a esos majos señores que conducen coches y se hacen llamar Servicio Público: los taxistas. Lo que no se esperaba nadie es que el tren anterior todavía andaba esperando taxis y que estos aparecían con una frecuencia de uno cada cinco minutos. La cola de doscientas personas en la estación de Chamartín era de proporciones épicas. Así, a la intemperie hubo que esperar más de dos horas hasta que un simpático taxista (esto va sin coña, era majo de verdad) apareció para llevarme hasta mi casa. Hasta que apareció, un grupo de intrépidas damiselas se enfrentaron a los seguratas de Chamartín para pasar dentro de la estación y resguardarse del frío. La actitud de estos no es que fuera lamentable, es que fue tan delirante (uno de ellos llegó a decir “A mí no se me quejen y prendan fuego a la estación que es lo que tienen que hacer”) que llamaron a las fuerzas del estado que, como no tenían nada mejor que hacer, se presentaron en la estación. Hasta seis zetas y una furgoneta se presentaron en el lugar de los hechos. Poco más y nos piden que nos disolvamos por reunión ilícita. Y para más recochineo, a las 4:15 sale un policía con voz engolada que anuncia que van a abrir la estación para que los que quieran puedan entrar a resguardarse del frío pero que no se hacían responsables del lugar en la cola para los taxis. Qué gracioso. La estación de Chamartín abre sus puertas a las 4:30.

Al final, a las 4:35 logré llegar a casa. Sólo tardé 9 horas en llegar a mi destino.

Y digo yo ¿qué pasa en el norte de Europa cuando ocurren éste tipo de cosas? ¿No nos pueden enseñar nada a los pobres españolitos?

mp3: Snow “Informer”

Remembranzas culinarias


 

Que la comida nos trae recuerdos no es nada nuevo, que se lo digan a Proust y a sus madalenas. Esto viene a colación de que estoy metido en la cocina preparando un curry y he recordado la primera vez que lo probé. Yo debía tener 23 o 24 años y estaba en plena efervescencia de liberación homosexual, vamos, lo que viene a llamarse la fase puta que viene tras la salida del armario.

Estaba por aquellos entonces en una relación un tanto extraña con un tío que me sacaba catorce años y me parecía el tipo más interesante que he conocido nunca (lo siento por las parejas que he tenido después: ninguno ha superado ese listón): era mayor que yo, tenía una vida MUY interesante, amigos con los que tener conversaciones que retaban intelectualmente, gente con la que podía hablar de cocina y acto seguido debatir sobre María Zambrano, me llevaba a cenar a sitios donde ni se me hubiera ocurrido ir, visitábamos calas que nunca he vuelto a pisar… Volviendo al curry, éste chico, bueno, hombre, tenía un novio que vivía en Los Angeles (casi nada) y llevaban una relación abierta. Vamos, que se ponían los cuernos mutuamente con el conocimiento y el consentimiento del otro. La cosa es que el novio fue de visita a Santander y me invitaron a cenar a su casa porque iban a preparar curry. Ésa fue la primera vez que lo probé y, en honor a la verdad, me encantó.

Después han venido otros currys y otros hombres. Buenos, malos, mejores o peores. Pero ninguno igual.

mp3: George Michael “Outside”

Autosuficiencia


Un interludio antes de seguir con Catholic Star System

Veamos lo que el diccionario nos dice al respecto de éste término:

autosuficiencia.

(De auto- y suficiencia).

1. f. Estado o condición de quien se basta a sí mismo.

2. f. suficiencia (‖ presunción).

Fuente: www.rae.es

Parece que no queda excesivamente claro, ya se sabe que lo que es la RAE es bastante parca en explicaciones. Vamos a ver si se explica mejor con el adjetivo:

autosuficiente.

1. adj. Que se basta a sí mismo.

2. adj. suficiente (‖ que habla o actúa con suficiencia).

Fuente: www.rae.es

Vaya caso, estos se explican igual que un libro cerrado. Tomando como base eso de “Que se basta a sí mismo” podemos inducir que, referido a una persona, se refiere a alguien capaz de subsistir por sus propios medios, sin ayuda de terceros. Evidentemente, en un entorno social como el que nos movemos hoy en día eso es prácticamente imposible. La intervención de otros congéneres muchas veces es inevitable, la mayorías de las ocasiones es imprescindible, necesaria, no siempre agradecida. Así, somos entes sociales, nos movemos dentro de lo que es ésta sociedad requiriendo de la cooperación y la interacción de los otros. En cierta forma, la autosuficiencia pura, es una falacia en sí misma.

Ahora bien, la realidad no es tan plana como la pintamos, ni mucho menos, más al contrario, esta conformada por múltiples facetas, en algunas de las cuales sí que podemos encajar la autosuficiencia.

Volviendo a la reveladora definición de la RAE, la segunda acepción propone una concepción negativa al equiparar suficiencia con presunción.

presunción.

(Del lat. praesumptĭo, -ōnis).

1. f. Acción y efecto de presumir.

2. f. Der. Hecho que la ley tiene por cierto sin necesidad de que sea probado.

Fuente: www.rae.es

Todo queda mucho más claro, dónde va a parar: si eres suficiente, eres presuntuoso y, por ende, presumido. Y todos sabemos cómo acabo cierta rata que se compró un lazo y terminó durmiendo con su enemigo (para quien no esté familiarizado con la referencia al folklore infantil, puede enterarse aquí)

A nivel personal (nadie es un buen juez de sí mismo, lo sé) me considero bastante autosuficiente, vamos, que soy de los que se sacan las castañas del fuego. A veces me cuesta. Y a veces me cuesta hasta pedir ayuda, uno es así de cabezón y orgulloso. Pero no me jacto de ello. Espera. Estoy escribiendo una entrada al respecto. Sí que estoy siendo presuntuoso. En fin, yo no tengo la culpa de ser tan sexy.

mp3: Boy hits car “This song for you”

Perspectiva: el pacto erótico


 

Siguiendo con las disquisiciones filosóficas de Michel Onfray, en el libro que me estoy leyendo tras bregar con disquisiciones sobre las relaciones interpersonales que ya traté en el post anterior pasa a hablar de las relaciones desde un plano más «íntimo». Por supuesto, uno no puede dejar de verse reflejado y ver reflejado el mundo que le rodea, en sus palabras, en las ideas que lanza como bombas atómicas contra la conciencia del lector.

En un principio contrapone los conceptos de eros pesado frente al eros liviano. Ambos conceptos parten de la interacción erótica entre dos seres humanos, si bien, en el primer caso, esa interacción se ve lastrada por el peso de una moral judeo cristiana que nos lleva a considerar el sexo como algo sucio y, por extensión, las reacciones físicas, el deseo, la líbido, son denostables y punibles ¿cómo se las castiga? Con la amenaza de distanciamiento de ese dios omnipresente y ausente, de que jamás llegaremos al prometido reino de los cielos. Pero la mala fama del eros en su vertiente hinca sus raíces en un sustrato más profundo: en la perpetuación de un modelo falocéntrico de sociedad en la cual el hombre, para someter a la mujer, crea un reflejo de la corte celestial, convirtiéndose en el «dios» de su casa a la voluntad del cual el resto de entes dependientes debe doblegarse. Eso, sin contar la percepción finalista del acto sexual: se fornica para procrear, cualquier otra finalidad, mucho más, la búsqueda del placer por el placer (viva MacNamara) no es más que pecado.

El eros liviano, por su parte, propone una interacción entre dos personas que se aceptan a sí mismos sin los inconvenientes de verse sometidos a una situación de dominación, de preponderancia del uno sobre el otro. Una relación entre iguales en la que el contrato hedonista se transforma en pacto erótico. Claro, que esto no es tan fácil como se puede plantear a primera vista. Dado que nos vemos inmersos en una sociedad que, pese a considerarse laica, lo único que ha hecho ha sido quitar a dios de la ecuación para reproducir los modelos éticos judeo cristianos prácticamente al pie de la letra, la búsqueda del placer, las relaciones sexuales, se ven desde una perspectiva que las distorsiona. Para rematarlo, en el saco metemos al amor y ahí ya sí que la liamos del todo. Dice en un momento dado:

«Construirse como máquina célibe en la relación de pareja permite evitar en lo posible la entropía consustancial con las disposiciones fusionales. Para evitar el esquema nada, todo, nada que caracteriza a menudo las historias fracasadas, mal, poco o nada construidas, vividas día a día, impuestas por lo cotidiano, vacilantes, la configuración nada, más, mucho me parece preferible.»

Michel Onfray «La fuerza de existir. Manifiesto hedonista» Ed.Anagrama (2008) p. 130

Ambos dispositivos parten del mismo punto: nada, es decir, dos personas que no se conocen previamente, se encuentran y empiezan a formar un pacto erótico entre ellas. Ese pacto, en el primer caso, convierte a una de las partes en todo para la otra, cosa que no tiene por qué ser, necesariamente, bidireccional, y cuando entra en juego la entropía propia de los seres humanos ese todo se transforma en un lastre que, en la mayoría de los casos se convierte de nuevo en nada e, incluso, menos que nada. La típica historia de A conoce a B, se enamoran hasta las trancas, se casan, son felices hasta que A siente que B molesta o a B le parece que la relación con A no funciona, y terminan separándose o divorciándose o lo que sea, con lo que vuelven a convertirse en dos extraños el uno para el otro, sus caminos divergen. En el caso del dispositivo nada, más, mucho, según Onfray, nos encontramos lo siguiente:

«[…] parte del mismo lugar: se encuentran dos seres que no saben aún que existen, y luego construyen sobre el principio del eros liviano. A partir de ese momento se elabora día a día una acción positiva que define el más: más ser, más expansión, más regocijo, más serenidad adquirida. Cuando ésta serie de más permite alcanzar una suma real, aparece el mucho y califica la relación rica, compleja, elaborada según el modo nominalista.»

Michel Onfray «La fuerza de existir. Manifiesto hedonista» Ed.Anagrama (2008) p. 130

Me encanta eso de «el modo nominalista» pues concreta mucho a lo que es la otra persona, despojándola de los finalismos utilitarios de la relación más «romántica», en otras palabras, propone una separación de la idea romántica de las relaciones, con todo el sedimento que las novelas rosas se han encargado de dejar en nuestro inconsciente colectivo, para proponer unas relaciones libres de cargas más allá de las que seamos capaces de acarrear, lo que supone que no nos veremos en la tesitura de tener que cargar con compromisos que nos veremos obligados a dejar de lado ante la imposibilidad de llevarlos adelante.

¿Qué pasa con la reproducción? Qué gran pregunta, que Onfray solventa así:

«La posibilidad fisiológica de concebir un hijo no obliga a pasar al acto, así como el hecho de poder matar no instituye de ningún modo el deber de cometer un homicidio»

Michel Onfray «La fuerza de existir. Manifiesto hedonista» Ed.Anagrama (2008) p. 131

Sí que es un poco exagerado, pero es real como la vida misma, la posibilidad de tener hijos no significa, necesariamente que nos tengamos que reproducir. Además, no podemos dejar de tener en cuenta el hecho de que la crianza de un hijo no es lo mismo que la educación que, de antemano, según el filósofo:

«Freud, no obstante, ya nos previno: se haga lo que se haga, la educación es siempre fallida.»

Y deja un adorable recadito al padre del psiconálisis:

«Una mirada a la biografía de su hija Anna le da toda la razón»

Michel Onfray «La fuerza de existir. Manifiesto hedonista» Ed.Anagrama (2008) p. 133

(La hija del vienés debía tener un complejo de Electra que no se lo debía saltar un gitano y, mientras su padre demonizaba la homosexualidad y calificaba a la mujer como «un hombre sin pene», hay claros indicios de que su descendiente era lesbiana)

Volviendo al tema que nos atañe (que como empiece con Freud no paro) no creo que Onfray denoste el tener descendencia, sino que hay que tener claro las responsabilidades que conlleva: criar no es educar (Amén)

En resumen, detrás de un instinto animal que todos poseemos, existe una razón erótica que sublima la energía salvaje que suponen las relaciones carnales para transformarlas en un juego erótico entre dos iguales.

mp3: Foo Fighters «Times like these»

Perspectiva: el contrato hedonista


 

20080711132048-antidepresivo

 

Hay pocos filósofos que me gusten tanto como Michel Onfray, tal vez sea porque es de los pocos a los que realmente entiendo. Tal vez sea porque sea el primero que me encuentro que me plantea que todo lo que he aprendido hasta ahora de pensamiento filosófico es sólo una de las caras de la historia, posiblemente la más aburrida y la más distante del ser humano en sí. Después de su «Tratado de ateología», con el que me reí como nunca con un ensayo (esas pullas a Pablo de Tarso hacen que te mondes de risa sí o sí, mientras grita a los cuatro vientos que toda la moral actual está basada en la «pulsión de muerte», la negación de la vida y la creencia en quimeras y cuentos) ahora estoy atacando «La fuerza de existir. Manifiesto hedonista», seguramente más árido pero, al mismo tiempo, más completo al aglutinar no sólo la metafísica de su pensamiento como hace en el primero, sino también su perspectiva sobre ética, erótica, política, estética y epistemología.

Divagando en la parte de ética, en la que propugnaba la constitución del Yo como elemento moral básico, dejando de lado las pejiguerías enraizadas en una moral judeocristiana de la que todos, en mayor o menor medida, somos deudores, cuando me encontré con la siguiente afirmación:

«[…], la etología da cuenta de esa falta de ética: cada cual evoluciona en un territorio reducido hacia su determinismo de macho dominante, de hembra dominada, de integrante de la horda o miembro de un grupo más extenso que otro. El reino de la tribu contra el de lo humano. La construcción de un cerebro ético constituye el primer grado hacia una revolución política digna de ese nombre.»

Michel Onfray «La fuerza de existir. Manifiesto hedonista» Ed.Anagrama (2008) p. 106

Al principio me ha dejado un poco noqueado, dadas las circunstancias actuales no me veo como ninguno de los elementos mencionados por el filósofo: ni soy macho dominante, ni hembra dominada ni, mucho menos, integrante de la horda. Hasta que he caído en la cuenta de que se refiere a falta, a carencia de ética, no a una posición ética del Yo ante la vida. Así más adelante, he encontrado una magnífica descripción de las relaciones sociales actuales, tildando a los elementos anteriores de delincuentes relacionales, personas que no son ni responsables ni culpables, que dependen de una serie de disposiciones existenciales que hacen de ellos incapaces de sostener cualquier tipo de compromiso ético. A éste tipo de compromiso lo denomina contrato hedonista. Dice al respecto:

«Pues el contrato funda la relación ética. Somos seres humanos, y como tales, dotados del poder de comunicación. A través del lenguaje en primer lugar, sin duda, pero también por medio de miles de otros signos comparables a la emisión de un mensaje, a su decodificación, recepción y comprensión por un tercero. La comunicación no verbal, gestual, las mímicas del rostro, las posturas del cuerpo, el tono de la voz, las inflexiones, el ritmo y la inflexión de la palabra, la sonrisa, transmiten la naturaleza de una relación. En el grado cero de la ética se halla la situación.«

Vamos, que antes de tener una relación con otra persona, antes de aceptar el contrato hedonista con otro, nos enfrentamos a la parafernalia de un lenguaje verbal y gestual que, en mi opinión, crea una «primera impresión» que va a condicionar los pasos posteriores de la relación en el plano ético. Continúa Onfray:

«Primer grado: la presciencia del deseo del otro. ¿Qué desea? ¿Qué me dice? ¿Cuál es su voluntad?»

A partir de la primera impresión, tenemos que inferir aquello que busca el otro, la persona con la que vamos a firmar el contrato… yo, hasta ahora, no tengo poderes telepáticos, la verdad.

«De ahí surge el cuidado necesario. Informarse del proyecto del tercero ante el cual me encuentro. Luego aclararle mi proyecto. Siempre a través de signos; el lenguaje, entre otros Ese juego de perpetuo de vida y vuelta entre las partes interesadas permite la escritura de un contrato. No hay moral fuera de esta lógica sinalgmática La relación ética puede darse sobre la información intercambiada.»

Al final se hace necesario acumular información con la que poder hacerse una imagen de los objetivos del otro. Desde mi punto de vista, evidentemente no por las palabras, gran parte del proyecto de gente que conozco consiste en medrar a costa de todo aquél que se cruce en su camino. Eso plantea el problema de no poder mantener el contrato con la otra persona, menos aún cuando te enfrentas a todo un grupo. ¿Qué dice Onfray al respecto?:

«En el caso del delincuente relacional, en cuanto ha quedado integrada la información, y en caso de amenaza contra la tranquilidad existencial la solución exige una reacción adecuada: la evitación

Con otras palabras, pasar de ellos para mantener la tranquilidad existencial de uno mismo. Aún añade:

«El hedonismo se define de modo positivo por la búsqueda del placer, sin duda, pero también de modo negativo, como evitación de las situaciones de displacer. Los psiquismos deteriorados corrompen lo que tocan. Salvo deseo de automutilación -ética contractual-, la expulsión permite restaurar la paz mental y la serenidad psíquica.»

Leches, de «psiquismos deteriorados» podría hacer un listado prolijo hasta el exceso. Y además, como la sabiduría popular indica: Dios los cría y ellos se juntan. Es obvio que un psiquismo deteriorado no es capaz de percibir el deterioro del prójimo, como tampoco es consciente de lo que puede suponer para su propia psique: renuncia a la propia personalidad, incapacidad de tomar decisiones, comunión con el papel asignado dentro de la comunidad sin llegar a plantearse en momento alguno, las capacidades propias para desempeñar otro rol. Onfray nos da su beneplácito para evitar a éstos elementos que pueden llevarnos al displacer (que gran término!) y nos presenta unas pautas para cuando no es posible dicho distanciamiento (vamos, el momento en el que me encuentro, que no me queda más remedio que bregar con un manojo de psiquismos deteriorados que yo llamo «personalidades tóxicas»)

«En algunos casos, el distanciamiento no es posible, porque se trata de personas con las que, por múltiples razones, estamos obligados a permanecer en contacto. Queda, pues, la solución ética, la buena distancia, lo que denominé La construcción de uno mismo la Eumetría. Ni demasiado cerca, ni demasiado lejos. Ni distanciamiento radical y definitivo, ni proximidad que expone al peligro. No exponerse, no entregarse, no confiarse, guardar los secretos, practicar la distancia, ejercer la discrección, mantener la cortesía, la buena educación y el arte de las relaciones fluidas pero distantes. ¿El objetivo? Evitar poner en peligro el núcleo de la identidad.»

Michel Onfray «La fuerza de existir. Manifiesto hedonista» Ed.Anagrama (2008) p. 109 y siguientes

No puedo estar más de acuerdo con su postura, sin embargo me conozco lo suficiente como para no ser capaz de mantenerla de entrada. Mi capacidad de descubrir personalidades tóxicas a priori es nula y, cuando lo descubro, siempre es demasiado tarde, lo que les da a los psiquismos deteriorados una ventaja sobre la relación, ya que para cuando se trata de llegar a la relación distante, tienen argumentos que tratan de usar como armas arrojadizas. Aunque claro, también es gracioso observar la incapacidad de estas personalidades de distanciarse del elemento que les produce suspicacia, siendo capaces de hacerlo únicamente, cuando se encuentran respaldadas por el grupo mentado anteriormente.

En definitiva, aplicando la lógica hedonista expuesta, me dedicaré a seguir tratando de evitar el displacer.

mp3: Skunk Anansie «Hedonism (Just because you feel good)»

Prohibido girar


uturn

No quiero estar de vuelta. Significa haber llegado a alguna parte y yo quiero creer que aún me queda mucho camino.

No quiero estar de vuelta. Quiero seguir siendo inocente aunque me lleve las ostias que me llevo y que sé que me seguiré llevando. Ya estoy intuyendo la próxima mano que se está levantando y estoy esperando el golpe.

No quiero estar de vuelta. Porque me gusta que me sorprendan, que lo inesperado y lo que no está planificado y lo imprevisible tengan algo que decir en unos días que, de lo contrario, se verían abocados al tedio.

No quiero estar de vuelta. Prefiero que el camino me lleve donde tenga que llegar.

mp3: Tori Amos «Don’t look back in anger (Live «Bootleg» version – Manchester)

El lado vacío de la cama


breakfast

La sombra de su sudor aun estaba en la almohada, no debía hacer mucho que se había marchado, pero lo cierto es que lo único que quedaba era aquella sombra. El único rastro de que no había sido una alucinación producida por una noche de alcohol y tabaco, de humo. Se dio media vuelta en la cama, acurrucándose, haciéndose un ovillo, sujetándose el vientre en un intento de contener el vacío que amenazaba su cuerpo con otro big bang. El vacío de saberse usado y haber usado a otra persona. El vacío que deja otro cuerpo sobre la cama. Desde hace un tiempo trata de encontrar a aquél capaz de ocupar el vacío que dejo el primero, como un juego de bloques para niños. Nunca nadie es capaz de llenar todo el espacio. Siempre queda un resquicio por el que entra el vacío, se cuela como una corriente de aire derribando a su paso todo aquello que, con esfuerzo, ha ido construyendo, las barreras, las defensas de una soledad tan desolada como un yermo páramo. La sálobre mancha del calor de otro cuerpo y otra muesca en el cabezal de la cama, el mismo ritual que se repite hasta el hastío.

Inspira. Profundamente. Esperando encontrar el aroma del sudor del otro aún flotando en el aire y descubriendo el persistente olor de un café recién hecho. Se levanta, confuso en la batalla por llegar al territorio de la vigilia para encontrarle en la cocina.

-¿Para qué te has levantado? Te iba a llevar el desayuno a la cama.

mp3: Dover «The morning after»

Time machine


 

Ahora, rodeado de toda la ropa de mi armario acumulada durante más de dos años, me ha dado por pensar que un armario es como una especie de máquina del tiempo en la que vamos amontonando más que ropa, menos que experiencias, recuerdos. La chaqueta que llevaba la primera vez que le vi. La sudadera que le regalé y luego me apropié. Esa camiseta que me encantaba pero que ya está para el arrastre. Los polos que compré para vestir más formal para ir a la oficina y que luego quedaron relegados por las camisetas y finalmente por las camisas (cómo odio plancharlas, pero qué bien quedan). Las primeras Vans que tuve, que me hacían un poco de daño, porque eran un ocho y medio. La sudadera que me puse la primera noche que salí por el ambiente en Madrid.

Son sólo trozos de tela, pero muchos tienen aroma a valor sentimental.

Algo más que melancolía. Algo menos que tristeza. Saudade. Supongo que estoy un poco más mustio de lo que quiero reconocer.

mp3: Lady GaGa «Fashion»

Asepsia sentimental


 

asepsia 

Por mas que lo intenta, todas las mañanas se despierta solo en su cama. Da igual lo que haya ocurrido la noche anterior, las estrategias para encontrar compañía y sentirse menos abandonado, integrado en algo que no pueda controlar, dejarse llevar por los instintos que, en mayor o menor medida, todos tenemos.

Como todos los días desde hace una temporada más que larga, se levanta y se encamina a la cocina a preparar el café, ignora su reflejo en el espejo camino de la ducha y comienza el ritual de su aseo con el agua a tal presión que lacera su cuerpo en un intento no de despejarse sino de sentirse algo más vivo, sacudirse la sensación de muñeco de trapo en manos de un desalmado infante. La cafeína le reconforta, el tabaco se convierte en parte del ritual y no deja de preguntarse qué es lo que le pasa para que su cama cada mañana se encuentre vacía, parecida a una balsa después de un naufragio. Resignado a no encontrar una respuesta, comienza una rutina que le permita no pensar, transformarse en un autómata que toma posesión de su cuerpo y hace todo lo que tiene que hacer: trabaja, bebe, come, ríe y llora, se enfada, habla y oye. Pero no siente, no se permite a sí mismo sentir, caminando siempre con un corazón anestesiado.

En algunos momentos aparecen destellos de momentos pasados en los que no era así, en los que aún se permitía ser una persona en el más amplio sentido de la palabra, cuando todavía era capaz de que las emociones se desataran como agua tras abrir las compuertas de una presa, violentas, inconscientes, sin pararse a sopesar qué es lo que pasará después, tratando de evitar que le hieran de nuevo.

Ahora la coraza y el hermetismo le han transformado en un aséptico sentimental. A salvo de todo. De todos. Menos de sí mismo.

mp3: Sheryl Crow «My favourite mistake»