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The walking followers


Nadie sabe de dónde llegaron. De la noche a la mañana a Mariano Rajoy le han salido los followers de Twitter hasta de debajo de las piedras. Muchos de Oriente Medio. Otros tantos de India. El equipo que se encarga de la presencia en RRSS del presidente del gobierno no ha sido capaz de detectarlo hasta que en la mañana del 5 de septiembre ha saltado la liebre y gran parte de los medios de comunicación digitales se han hecho eco de tamaña irregularidad. Lo cual dice bastante poco de unos Community Managers que, por lo general, cuando meten la pata, lo hace por todo lo alto (aún recuerdo con sonrojo aquél hashtag #QueLaEnseñeRubalcaba o el la vuelta a la tortilla del #QueNoTeLienConLaSanidad)

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Fuente: https://twitter.com/ierrejon/status/507845401232162817

En primer lugar, algunas fuentes han apuntado hacia la compra de seguidores por parte del equipo del presidente para darle una mayor notoriedad en las Redes Sociales, donde otros políticos tienen una relevancia que hace que cada una de sus declaraciones tenga una impacto transmediático (perdón por el «palabro») de alto calado, el más notorio de todos, esto es evidente, Pablo Iglesias. Él se ha erigido en el primer político 2.0 de esta suerte de democracia que tenemos en España, de forma que sus apariciones públicas en diversos medios de comunicación tienen impacto directo en las Redes Sociales y viceversa, sus tweets llegan a convertirse en noticia (lo cual nos llevaría a un periodismo que, a falta de capacidad de generar contenidos propios, se hacen eco de aquello que genera ruido en Twitter, Facebook o Youtube). Frente a su capacidad de usar las Redes Sociales para generar un impacto, están la gran mayoría de políticos que sólo utilizan dichas redes cuando están en campaña electoral para lanzar sus eslóganes y soflamas y cuyas cuentas a partir de ese momento duermen el sueño de los justos: el último tweet de Miguel Ángel Arias Cañete, candidato del PP al Parlamento Europeo, no tiene ninguna actividad desde el día 1 de Julio, lo que no quita para que su nombre haya sonado como candidato para ejercer la comisaría de Innovación (al final le corresponde la comisaría de Energía y Cambio Climático, que también tiene delito), o el caso de Iñigo de la Serna, alcalde de Santander y presidente de la Red Española de Ciudades Inteligentes (sic), que tampoco usa su cuenta desde el día 2 de junio.

Volviendo al tema que nos ocupa, por mucho que nos tiente la idea de creer que el equipo de comunicación de Rajoy sea capaz de llevar a cabo una chapuza de tal magnitud, hasta el más principiante de los Community Manager sabe (o debe ser capaz de intuir) que la clase de seguidores que se va a obtener con semejante estratagema no va a ser aquellos que interactúan y se hacen eco de las propuestas y noticias que aparecen en la cuenta del presidente, es decir, que no van a generar el impacto necesario. Ni ningún impacto. En resumen, comprar seguidores a lo único a lo que lleva es a una merma de la credibilidad.

Otra segunda posibilidad que también se ha lanzado sobre este misterioso caso (en este país, para variar, nadie sabe nunca nada: ni de la Gürtel, ni de los sobresueldos, ni de los jaguars en el garaje) es que se trate de un ataque por parte de algún personaje con escasos escrúpulos que busque con este escándalo mermar la credibilidad del presidente. No sería el primer usuario que se ve afectado por un ataque de este estilo, por ejemplo Ruben Sanchez, el cuál se hace eco de ello en éste artículo y, además cuenta bastante más cosas muy interesantes sobre las cuentas zombies y la trata de followers.

Una tercera alternativa, la que a mi me parece más certera, es que se trata de una chapuza con daño controlado:

  • Es evidente que Mariano Rajoy está muy lejos de ser una tuitstar y si tiene los seguidores que tiene es por su puesto, no por su poder de convocatoria ni por el interés de lo que tuitea.
  • Hay políticos españoles que le están comiendo la tostada en el plano del Social Media porque sí que saben utilizarlo (ver gráfico).
  • La única solución es conseguir más seguidores ¿cómo?
    • Comprando followers de una forma tan burda que se caiga directamente en la astracanada, al final el coste económico es de tan sólo unos 120€.
    • Dejando que la gente se de cuenta y empiece a hablar sobre el tema. El impacto en las diversas RRSS será enorme, los medios de comunicación tendrán una historia con la que generar contenido y llenar sus webs y sus informativos.
    • Eso atraerá a gente a la cuenta del usuario en cuestión y, muchos de ellos, le seguirán.
    • Twitter se encargará de dar de baja a las cuentas zombies, con lo que el presidente obtendrá publicidad gratuita de su cuenta,  y un crecimiento neto de seguidores, sin que su equipo tenga que cribar los seguidores falsos.

Tal vez este desarrollo sea un poco enrevesado, rocambolesco incluso, pero es otra de las maneras que usan para distraer a la gente de cómo nos están recortando nuestros derechos mientras ellos se están llenando el bolsillo.

 

 

Redes sociales: Espejito, espejito mágico…


Abres el Facebook y te encuentras con el reportaje fotográfico de las vacaciones en las Seychelles de tu amiga. Un poco más abajo, aparece la imagen de la hija de no sabes quién dando sus primeros pasos. Más allá, otros aparecen preparándose para ir a una boda en un entorno inigualable de belleza sin igual. La maravillosa cala en donde unos han estado tocando la guitarra en torno a una hoguera. Múltiples fotos de gatos. Una imagen del sushi del restaurante de la ciudad donde no es posible lograr mesa o, si se puede, no es factible pagar la cuenta y seguir comiendo el resto del mes. Todo el mundo parece que tiene una vida más (atr)activa que cualquiera de las estrellas de Hollywood. En ese momento te miras al espejo: estas en casa, recién levantado, con el café en la mano y con un careto que haría que Freddy Krueger se hiciera pis encima.

Hace años, antes de que existieran las redes sociales, lo más que ocurría es que un amigo te llamara desde mitad de un concierto para que escuchara la canción que más te molaba (al tiempo que mirabas con asco los apuntes subrayados del examen que tenías al día siguiente). O te mandaba un SMS diciendo lo que molaba estar en la playa (mientras tu pasabas la canícula en la ciudad). En épocas aún más pretéritas, lo que te enviaban era una postal o te lo contaban a la vuelta mientras tomabas algo. Ahora no. Ahora todo el mundo tenemos que hacer partícipe a todos de nuestras vidas y le damos una pátina de barniz para que luzcan más.

Nos hemos visto lanzados a la vorágine del «yo más» que se ha visto reforzada por nuestro espíritu voyeur, nuestro afán exhibicionista, un punto de envidia, todo ello envuelto en la inmediatez del internet y coronado con las Redes Sociales. Es evidente que no vamos a exponer nuestras miserias a los ojos de todo el mundo, ni de los amigos de los amigos, ni de los conocidos por eso elegimos los elementos de nuestra vida que son más fotogénicos, esos en los que mejor nos lo pasamos ¿por qué decir que estoy en la cola del paro si voy a pasar la tarde en la piscina y puedo sacar una imagen de mis piernas recortándose contra el cielo y subirla al momento a Instagram y Facebook?

Para aderezarlo aún más, para hundirnos aún más en nuestra autocomplaciente miseria, nos dedicamos a mirar las cuentas de Instragram de famosos diversos, niños ricos, socialités varias y (más recientemente) blogueras de moda¹, que nos trasladan a parajes de ensueño, hoteles fuera del alcance del resto de los mortales o prendas de ropa que cuestan el sueldo medio anual de quince trabajadores en España, todo ello fotografiado con las mejores máquinas, el encuadre preciso, la composición idónea, la mejor postproducción y después subido a la red de turno. Nos fustigamos sabiendo que nunca tendremos esas cosas y que, por mucho que vayamos a París, no podremos hacernos foto alguna en el front row de la Semana de la Moda.

Esas imágenes que ahora nos asaltan las celebrities, son una versión de las que antes aparecían en las revistas del corazón (las cuales ahora también se nutren de este material) tratando de vendernos una cercanía, una complicidad con esas personas que no es más que pura impostura, una forma de venderse como accesibles a todos. Se convierten en productos, en expositores que venden una mercancía, una sofisticada perversión de los anuncios que vemos en los banners de las páginas web. Nunca seremos lo que nos están vendiendo porque no son más que una campaña de publicidad de sangre caliente.

Por aquello de higiene mental, una medida que podemos emplear es poner cada cosa en su contexto. Sabemos que nosotros compartimos aquellos elementos de nuestra vida que mejor nos dejan (no necesariamente los que mejor nos retratan), es lógico considerar que el resto de nuestro entorno hace lo mismo. Por encima de esta primera cuestión lo que debemos tener en cuenta es que tenemos que aprovechar las Redes Sociales como elementos de comunicación y medios de expresión con los que contactar con la gente, no entrar en una competición en busca de la aceptación de los demás.

¹A este respecto, echad un vistazo de «The weakest blogger» en estoybailando.com Descuajeringue de risa garantizado.

Del hashtag como nueva forma de subrayar


Según la Wikipedia, el hashtag se define como:

Una etiqueta hashtag (del inglés hash, almohadilla o numeral y tag, etiqueta) es una cadena de caracteres formada por una o varias palabras concatenadas y precedidas por una almohadilla o gato (#). Es, por lo tanto, una etiqueta de metadatos precedida de un carácter especial con el fin de que tanto el sistema como el usuario la identifiquen de forma rápida.

Dentro de Twitter se considera un elemento imprescindible para marcar los trending topic, las tendencias de las que más se habla en la red de microblogging.

De cara a su estrategia de marketing, las empresas tratan de hacer correr sus correspondientes hashtags con el fin de hacer que sus clientes (actuales o potenciales) se involucren con la marca o con determinada acción que esta propone.

Ahora bien, cuando es un usuario privado el que propone un hashtag, cuando pone una expresión después de la almohadilla, se convierte en una forma de dar importancia determinada conclusión. En la expresión oral disponemos del tono de voz y del lenguaje corporal para reforzar nuestro discurso. En la expresión escrita, además de no vernos coartados por los 140 caracteres que impone Twitter y poder explayarnos libremente, podemos contar con elementos tipográficos como la cursiva, la negrita o el subrayado, elementos de refuerzo de los que no disponen los usuarios de la red social. Aquí es donde entra en juego el hashtag: el usuario es consciente de que la almohadilla refuerza la idea que viene a continuación por lo que terminaría resultando el equivalente a un subrayado o poner un texto en negrita.

Otra red social, nacida al abrigo de la generalización de los teléfonos inteligentes, que también emplea los hashtags es Instagram. En este caso, el uso de dicho elemento se troca en abuso: no es nada raro observar a gente que hace cuelga una foto con una escueta descripción y una nube de etiquetas prácticamente incomprensible, cuyo único fin, si es que tiene alguno, es aparecer en todos los resultados de búsqueda posibles. Por tanto, no trata de reforzar idea alguna, solo de incorporarse a las tendencias temáticas del momento.

Por último, la otra gran red social, Facebook, también se ha encargado de implementar los hashtags como elemento de su comunicación, de forma que parecería que el fenómeno también se debiera extender a esta plataforma. Lo cierto es que el uso de las almohadillas por parte de los usuarios privados de la red creada por Mark Zuckerberg es meramente anecdótico, ya que no existe una limitación de caracteres, se puede agregar a la actualización del estado gran cantidad de emoticonos e imágenes y, por último, pero no menos importante, las actualizaciones de Facebook están pensadas (en principio) para el entorno de amigos, no están abiertas al público como los tweets.

Expertos en todología


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Muy poca gente es capaz de evitarlo: cuando alguien te cuenta que está leyendo el best-seller del momento, no importa cuál sea o que lo hayamos leído o no, todos nos vemos capaces de dar nuestra opinión. ¿Y en qué la basamos? Nuestras opiniones sobre “Cincuenta sombras de Grey” y en la forma que está escrito parece que nos llegan por inspiración divina, cuando lo cierto es que proceden de distintas fuentes de las redes sociales. No necesitamos leer los artículos completos o sesudos ensayos y críticas al respecto, nos basta con leer los titulares y las entradillas para convertirnos en críticos expertos sobre el tema.

¿Que ha habido “edredoning” en el último reality show de Telecinco? ¿O que la hija de una tonadillera de conocido bigote ha decidido cambiarse de sexo? Podríamos ver el vídeo correspondiente o leer un artículo al respecto pero eso nos llevaría demasiado tiempo. Sólo con revisar Twitter y Facebook y entrar en un par de artículos es suficiente para formarnos una opinión y pontificar sobre el tema. Y ya que hablamos de pontificar, no hemos oído una homilía completa del actual Papa, mucho menos leer alguno de sus artículos, pero hemos revisado los suficientes tuits suyos retuiteados por gente a la que seguimos en Twitter como para poder decir que su posición sobre desigualdad y justicia social es tremendamente progresista.

Nunca había sido tan fácil como ahora fingir que sabemos sobre tantas cosas como ahora sin saber nada en absoluto. Cogemos temas, piezas relevantes que se repiten Facebook, Twitter o newsletters y las regurgitamos. En lugar de ver “Mad men” o el final de liga o un debate político, nos dedicamos a leer el timeline de alguien que lo tuitee en directo o a leer el resumen al día siguiente. Nuestro canon cultural se está viendo limitado a aquello que obtiene más clicks.

Ahora mismo lo que sufrimos es la constante presión de saber de todo en todo momento, a menos que queramos quedar como analfabetos culturales. De esta forma podremos sobrevivir a una conversación de ascensor, una reunión de negocios o una fiesta, de manera que podemos publicar, tuitear, comentar o whatsapear como si hubiéramos visto, leído, mirado y escuchado. Lo que importa la mayoría de las veces no es que hayamos consumido el producto de primera mano, sino que sepamos que existe y desde la opinión que nos hemos formado al respecto, ser capaces de que nuestro interlocutor se involucre. Estamos llegando a conformar un pastiche de pseudoconocimiento que no deja de ser un nuevo modelo de todología.

No es que mintamos cuando demos la razón a un colega sobre lo que comenta respecto a una película o un libro que ni hemos visto, ni leído, ni siquiera revisado la crítica. Hay grandes posibilidades que nuestro interlocutor simplemente repita las mordaces observaciones de alguien en su timeline o en su muro. Gran parte de las interrelaciones conversacionales se construyen a partir de unos cuantos datos extraídos de la revisión diaria de las aplicaciones de nuestros teléfonos móviles. Al fin y al cabo, a nadie le gusta quedar como la persona que no está al corriente de la temporada de “Juego de tronos” al ritmo de emisión de Estados Unidos, menos aún de la serie coreana de la que toda la gente entendida habla sin parar.

Cuando quiera que cualquiera en cualquier lugar menciona cualquier cosa, nosotros debemos fingir conocer el tema. Incluso parecer expertos. Los datos se han convertido en nuestra moneda de cambio. Y hablando de moneda, el ejemplo perfecto sería la Bitcoin, algo de lo que no dejamos de hablar pero que parece que nadie llega a comprender del todo.

Es comprensible que una de las partes, o ambas, en una conversación pueden tener una idea somera sobre el tema que están tratando. Todos estamos muy ocupados, más que ninguna generación hasta ahora. Y como nos pasamos el día mirando nuestros teléfonos y nuestras pantallas, mandando mensajes y tuiteando sobre lo ocupados que estamos, ya no tenemos demasiado tiempo para consumir información de primera mano. En lugar de eso, confiamos en la gente a la que “seguimos” o en nuestros “amigos” o eso es lo que creemos.

¿Quién decide qué debemos saber, qué opiniones debemos tener en cuenta, qué ideas podemos reciclar como propias? Parece ser que los algoritmos puesto que tanto Google, como Facebook o Twitter y el resto del complejo de redes sociales post-industriales confían en estas herramientas matemáticas para saber qué estamos leyendo, viendo y comprando.

Hemos externalizado nuestras opiniones en este bucle de datos que nos permitirá mantener las apariencias en una cena en la mientras parece que se está hablando de “El Gran Hotel Budapest” lo que realmente se hace es comparar las fuentes de redes sociales, mientras nadie reconoce que está completamente perdido en la conversación. En lugar de eso asentiremos mientras decimos “He escuchado algo” o “Me suena un montón”, lo que normalmente quiere ser una declaración sobre nuestro absoluto desconocimiento del tema en cuestión.

Ahora la información está en todas partes, nos someten a un constante flujo que está en nuestras manos, en nuestros bolsillos, en nuestros portátiles, nuestros coches, hasta en la nube. El flujo de datos no puede controlarse. Fluye en nuestras vidas como una marea creciente de palabras, hechos, bromas, chascarrillos, GIFs, cotilleos y comentarios que amenazan con ahogarnos. Tal vez el temor a ahogarnos es lo que está detrás de nuestra insistencia de que hemos visto, hemos leído, hemos sabido. Es una manera poco convincente de considerarnos a flote.

Así nos encontramos braceando desesperados, haciendo observaciones sobre memes de cultura pop, porque admitir que nos hemos quedado atrás, que no sabemos de lo que se está hablando, de que no tenemos nada que decir sobre cada tema que aparece en nuestra pantalla, es estar muerto.

Traducción y adaptación del artículo original de Karl Taro Greenfeld «Faking cultural literacy» para New York Times