Mi primer vídeo en serio en YouTube. Espero que os resulte interesante. El post en el que se basa lo podéis leer aquí.
Archivo de la etiqueta: essay
7 cosas que nos puede enseñar Hitchcock sobre nuestra marca personal
E-Politics in Spain
A new generation of “digital natives politicians” are taking by assault the picture of Spanish politics since they know how to use social media to their advantage.
The Obama’s inspiration
The political e-parties
The use of the networks that has made Obama is the mirror in which many international politicians look themselves, Spanish included. In Spain, the major parties began using Social Networks the moment Obama demonstrated the strength and benefits of these tools (figure 1). The forerunner was Izquierda (@iunida) who started using Twitter in May 2008, while PSOE (@psoe) and Partido Pouplar (@ppopular) started in 2009. A second wave of parties in Twitter took place in 2010 with the inclusion of UpyD (@upyd) and EQUO (@equo), although those who have taken advantage of the potential of the social network have been the most recent groupings VOX (@vox_es) and above all Podemos (@ahorapodemos).

This last party is the one taking best advantage of Social Networks, turning it into one of its strengths having managed to attract a large amount of followers (figure 2), getting in less than a year almost as many followers (450000) as Partido Popular (180000), PSOE (185000) and Izquierda Unida (114000) together.

We can point out three reasons for the great development of this huge development on Twitter:
- People in charge of developing the Social Media strategy of this party are “digital native”, very young people who can’t conceive a world without Internet as they haven’t known it and they know how to use the networks for their own good.
- The continuous update of their contents, tweeting an average of forty-nine messages per day. That way, their followers get a continuous flow of information all over the day (Figure 3).
- Out of Social Media, the TVs and papers are generating such buzz around this new party that it’s appearing on this media on a daily basis

The e-politicians
All political parties rely on one (or more) visible heads and their personal Twitter accounts also attract a large number of followers. In fact, the number of followers is considered as a symbol of reputation of the individual and the political figure. On this regard, in the Spanish policy, there are two users who take gold medal (Figure 4) : on one hand the president (@marianorajoy) with around 628000 followers, on the other, with almost 700000 followers, Pablo Iglesias (@pablo_iglesias_), leader of Podemos, one of the newest political parties in Spain. The reasons behind that amount of followers may be the same we pointed when we talked about the number of people following the political party account.

It would have been logical considering that the second place on this ranking would be for the opposition leader, Pedro Sanchez (@sanchezcastejon), but he has just over 100000 followers perhaps due he has been on this role for just a few months (even though his account is active since August 2009).
The leadership contest for the largest number of followers on twitter, leads to hilarious situations such as the one at which the communication team of the President acquired numerous fake twitter accounts to balloon the number of followers and get to be more popular on Twitter than Pablo Iglesias (you can read more about it in here).
It’s funny but none of the three politicians who have been mentioned above are those with a more intense activity on Twitter, in fact, none of them exceeds the average of ten tweets per day (Figure 5).


Political most active on Twitter is Toni Canto (@tonicanto1), with an average of twenty messages on the network daily, while it is true that focuses not only on his political activity but tweets and retweet on issues related to his works as an actor. Behind him, Alberto Garzón (@agarzon) publishes about 16 tweets a day, interacting significantly with several users of the network.
On the other hand, draws a lot of attention the Deputy President account (@sorayapp) which shows a pernicious trend (both politically and at a enterprise level), which is being in Social Networks just because you have to be there: Just having an account on Twitter but use it very scarcely, in this case, meaning a twit a day, most of it retweets without interacting with any other users.
Future trends
It’s obvious the role played by the Social Networks in everyday life. Most people is connected to them and use it to get their information and be in touch with people in who are interested. The newer political parties, which we can consider them “Digital natives”, are showing the older ones, consider them as “Digital migrants”, the new way to use the Networks for their own benefit, getting rid of the old propaganda manners.
Social Media: Las 3R del Marketing de Contenidos
¿Qué nos puede enseñar da Vinci sobre el Marketing de Contenidos?
Redes sociales: los algoritmos nos llevarán a vivir en un mundo paralelo
En el mundo actual tenemos un maremagnum de fuentes de información con las que mantenernos al día como las páginas web de los distintos medios de comunicación, los blogs, las redes sociales, las wikis, los foros, los buscadores… los usamos de una forma u otra para saber qué es lo que pasa en el mundo.
Como es normal, cada uno da el sesgo a esa información que recibe de forma selectiva en función de los periódicos que lee, la gente a la que sigue en Twitter o los amigos que tiene en Facebook, sus intereses en Google+. Esto es evidente dado que cada cuál es más afín a ciertas ideas o ciertos gustos. Pero de lo que muchas veces no somos conscientes es que lo que vemos a través de las Redes Sociales nos llega con un sesgo impuesto por la propia red en un principio tratando de ordenar la avalancha de información que no llega desde las distintas Redes Sociales.
Qué duda cabe que Google es una de las herramientas que más utilizamos a la hora de navegar por la red. Es más que común que accedamos a Internet y tecleemos en el buscadoruna cuantas palabras con una idea vaga en la cabeza y que el buscador nos devuelva el resultado concreto de lo que necesitamos. Detrás de esos resultados se esconde la fórmula mágica de Google, que consiste en un programa que se encarga de revisar las páginas web de enlace en enlace y clasificarlas en función de una serie de palabras clave a las cuales da un peso específico (bueno, lo he simplificado mucho, pero esa es la idea). De esta forma, cuando nosotros introducimos distintos términos de búsqueda y nos llegan los resultados, aquellos que aparecen en las primeras posiciones y que, además suelen ser los que pinchamos, son los que determina Google que son los mejores para nuestros intereses en función de las palabras que hemos utilizado. De la misma forma, los anuncios que nos aparecen en distintas partes de la página también dependen de esos términos de búsqueda. En conclusión, vemos lo que el algoritmo de Google ha decidido que veamos. Podéis conocer la historia de este algoritmo en éste artículo de Diario Turing en eldiario.es
Otra de las fuentes de información a la que accedemos ya de forma casi inconsciente es Facebook. La que se ha erigido en red social por excelencia (en marzo del 2013 tenía 1110 millones de usuarios registrados) es el patio de vecinas donde unos colgamos artículos, otros dejan sus opiniones, compartimos fotos de nuestras vacaciones… Al final recibimos una serie de informaciones casi en tiempo real, conocemos las cosas según están ocurriendo. El problema es que no estamos viendo todo lo que nuestros amigos están compartiendo y mucho menos lo estamos viendo de forma cronológica. Para empezar, Facebook ofrece dos opciones para ver nuestro muro: Historias más recientes en las que ordena de forma más o menos cronológica las publicaciones que realizan nuestros amigos y las páginas que seguimos; y Titulares en las que la propia red social elige la importancia de lo que tenemos que ver. Volvemos a lo que nos pasaba con Google: resulta que Facebook también dispone de un algoritmo, llamado Edgerank, que decide el contenido más importante que tiene que aparecer en el muro de los usuarios. En él entran variables tan intangibles como el compromiso, la interacción, la relevancia… Al final, Facebook criba y nos muestra lo que quiere que veamos.
Parece que Twitter es una red más neutra en ese sentido: nosotros elegimos a quién seguir y, por tanto, el contenido que aparece en nuestro Timeline. Por supuesto, Twitter también emplea su propio algoritmo, de hecho son los que deciden los Trending Topic que aparecen en su pagina web. Normalmente cruza el número de menciones y Hashtags sobre determinado tema con la novedad del mismo, de manera que no se perpetúe en la lista de Trending Topics. Está claro que si no entramos en ellos no nos filtra la información según dichas palabras clave, pero también debemos de ser conscientes que, una vez pasada la novedad, el tema de conversación va a desaparecer de nuestra pantalla. Seguro que en más de una ocasión nos ha ocurrido que, durante un momento, nos hemos entregado a seguir la información sobre determinado evento que, al cabo de unas horas, ha terminado por perder el interés que tenía al principio.
En pocas palabras, debemos de ser conscientes de que no tenemos el control de lo que nos encontramos en nuestra navegación por las procelosas aguas de Internet y las Redes Sociales y que lo que vemos, en gran parte de las ocasiones, es lo que las corporaciones nos dejan ver, por lo que hay que ser escéptico ante las informaciones que nos llegan desde los distintos medios. De lo contrario, podemos encontrarnos en que hemos sido lanzados a un mundo paralelo.
Si queréis profundizar más en el tema y ver varios ejemplos sobre este respecto os recomiendo el artículo de El Confidencial: “Los algoritmos de las redes sociales amenazan su neutralidad“.
Redes sociales: Espejito, espejito mágico…
Abres el Facebook y te encuentras con el reportaje fotográfico de las vacaciones en las Seychelles de tu amiga. Un poco más abajo, aparece la imagen de la hija de no sabes quién dando sus primeros pasos. Más allá, otros aparecen preparándose para ir a una boda en un entorno inigualable de belleza sin igual. La maravillosa cala en donde unos han estado tocando la guitarra en torno a una hoguera. Múltiples fotos de gatos. Una imagen del sushi del restaurante de la ciudad donde no es posible lograr mesa o, si se puede, no es factible pagar la cuenta y seguir comiendo el resto del mes. Todo el mundo parece que tiene una vida más (atr)activa que cualquiera de las estrellas de Hollywood. En ese momento te miras al espejo: estas en casa, recién levantado, con el café en la mano y con un careto que haría que Freddy Krueger se hiciera pis encima.
Hace años, antes de que existieran las redes sociales, lo más que ocurría es que un amigo te llamara desde mitad de un concierto para que escuchara la canción que más te molaba (al tiempo que mirabas con asco los apuntes subrayados del examen que tenías al día siguiente). O te mandaba un SMS diciendo lo que molaba estar en la playa (mientras tu pasabas la canícula en la ciudad). En épocas aún más pretéritas, lo que te enviaban era una postal o te lo contaban a la vuelta mientras tomabas algo. Ahora no. Ahora todo el mundo tenemos que hacer partícipe a todos de nuestras vidas y le damos una pátina de barniz para que luzcan más.
Nos hemos visto lanzados a la vorágine del “yo más” que se ha visto reforzada por nuestro espíritu voyeur, nuestro afán exhibicionista, un punto de envidia, todo ello envuelto en la inmediatez del internet y coronado con las Redes Sociales. Es evidente que no vamos a exponer nuestras miserias a los ojos de todo el mundo, ni de los amigos de los amigos, ni de los conocidos por eso elegimos los elementos de nuestra vida que son más fotogénicos, esos en los que mejor nos lo pasamos ¿por qué decir que estoy en la cola del paro si voy a pasar la tarde en la piscina y puedo sacar una imagen de mis piernas recortándose contra el cielo y subirla al momento a Instagram y Facebook?
Para aderezarlo aún más, para hundirnos aún más en nuestra autocomplaciente miseria, nos dedicamos a mirar las cuentas de Instragram de famosos diversos, niños ricos, socialités varias y (más recientemente) blogueras de moda¹, que nos trasladan a parajes de ensueño, hoteles fuera del alcance del resto de los mortales o prendas de ropa que cuestan el sueldo medio anual de quince trabajadores en España, todo ello fotografiado con las mejores máquinas, el encuadre preciso, la composición idónea, la mejor postproducción y después subido a la red de turno. Nos fustigamos sabiendo que nunca tendremos esas cosas y que, por mucho que vayamos a París, no podremos hacernos foto alguna en el front row de la Semana de la Moda.
Esas imágenes que ahora nos asaltan las celebrities, son una versión de las que antes aparecían en las revistas del corazón (las cuales ahora también se nutren de este material) tratando de vendernos una cercanía, una complicidad con esas personas que no es más que pura impostura, una forma de venderse como accesibles a todos. Se convierten en productos, en expositores que venden una mercancía, una sofisticada perversión de los anuncios que vemos en los banners de las páginas web. Nunca seremos lo que nos están vendiendo porque no son más que una campaña de publicidad de sangre caliente.
Por aquello de higiene mental, una medida que podemos emplear es poner cada cosa en su contexto. Sabemos que nosotros compartimos aquellos elementos de nuestra vida que mejor nos dejan (no necesariamente los que mejor nos retratan), es lógico considerar que el resto de nuestro entorno hace lo mismo. Por encima de esta primera cuestión lo que debemos tener en cuenta es que tenemos que aprovechar las Redes Sociales como elementos de comunicación y medios de expresión con los que contactar con la gente, no entrar en una competición en busca de la aceptación de los demás.
¹A este respecto, echad un vistazo de “The weakest blogger” en estoybailando.com Descuajeringue de risa garantizado.
Del hashtag como nueva forma de subrayar
Según la Wikipedia, el hashtag se define como:
Una etiqueta o hashtag (del inglés hash, almohadilla o numeral y tag, etiqueta) es una cadena de caracteres formada por una o varias palabras concatenadas y precedidas por una almohadilla o gato (
#
). Es, por lo tanto, una etiqueta de metadatos precedida de un carácter especial con el fin de que tanto el sistema como el usuario la identifiquen de forma rápida.
Dentro de Twitter se considera un elemento imprescindible para marcar los trending topic, las tendencias de las que más se habla en la red de microblogging.
De cara a su estrategia de marketing, las empresas tratan de hacer correr sus correspondientes hashtags con el fin de hacer que sus clientes (actuales o potenciales) se involucren con la marca o con determinada acción que esta propone.
Ahora bien, cuando es un usuario privado el que propone un hashtag, cuando pone una expresión después de la almohadilla, se convierte en una forma de dar importancia determinada conclusión. En la expresión oral disponemos del tono de voz y del lenguaje corporal para reforzar nuestro discurso. En la expresión escrita, además de no vernos coartados por los 140 caracteres que impone Twitter y poder explayarnos libremente, podemos contar con elementos tipográficos como la cursiva, la negrita o el subrayado, elementos de refuerzo de los que no disponen los usuarios de la red social. Aquí es donde entra en juego el hashtag: el usuario es consciente de que la almohadilla refuerza la idea que viene a continuación por lo que terminaría resultando el equivalente a un subrayado o poner un texto en negrita.
Otra red social, nacida al abrigo de la generalización de los teléfonos inteligentes, que también emplea los hashtags es Instagram. En este caso, el uso de dicho elemento se troca en abuso: no es nada raro observar a gente que hace cuelga una foto con una escueta descripción y una nube de etiquetas prácticamente incomprensible, cuyo único fin, si es que tiene alguno, es aparecer en todos los resultados de búsqueda posibles. Por tanto, no trata de reforzar idea alguna, solo de incorporarse a las tendencias temáticas del momento.
Por último, la otra gran red social, Facebook, también se ha encargado de implementar los hashtags como elemento de su comunicación, de forma que parecería que el fenómeno también se debiera extender a esta plataforma. Lo cierto es que el uso de las almohadillas por parte de los usuarios privados de la red creada por Mark Zuckerberg es meramente anecdótico, ya que no existe una limitación de caracteres, se puede agregar a la actualización del estado gran cantidad de emoticonos e imágenes y, por último, pero no menos importante, las actualizaciones de Facebook están pensadas (en principio) para el entorno de amigos, no están abiertas al público como los tweets.
Google contra nuestra humanidad: cómo Internet nos está transformando en robots
Cada vez más, nuestras vidas se están automatizando ¿qué consecuencias acarreará?
El autor de “The Psychodynamics of Social Networking (La psicodinámica de las redes sociales)”, Aaron Balick puso el dedo en la llaga de la externalización del trabajo cuando dijo a los investigadores de Pew: “Los aspectos positivos pueden verse reducidos por la creciente confianza en la externalización en tecnologías que se basan en algoritmos, no en las necesidades humanas… Podemos perder de vista nuestros propios deseos, nuestras voluntades, como esos conductores de los que hemos oído hablar que confiaban tanto en su GPS que terminaban en los lugares más inverosímiles pese a la evidencia contraria del mundo real.”
Balick tiene razón al preocuparse por la reducción de nuestra autonomía cuando una guía crónica computacional coreografíe nuestras idas y venidas. Pero también debemos considerar un problema existencial, una alienación que tendrá profunda consecuencias para los que consideramos significativos nuestros proyectos y nuestras relaciones. Bienvenidos a la delegación engañosa.
Cuando delegamos las tareas más arduas de la vida diaria a omnipresentes tecnologías que dirigen nuestro comportamiento imbricándose en un segundo plano, ocurren dos cosas íntimamente relacionadas entre sí. Nos desconectamos de la toma de decisiones. Y somos susceptibles de creer que nos merecemos el mérito por los aparatos que están actuando en nuestro lugar haciendo un buen trabajo.
La delegación engañosa es un llamativo rasgo de las representaciones sociológicas de nuestras relaciones actuales con nuestros subordinados. De hecho, cuando Arlie Russell Hochschild transmite la duplicidad emocional que hay en juego en la labor de un planificador de boda, bien podría estar señalando por qué el Internet de las cosas nos está llevando en dirección hacia la colisión contra una falsedad generalizada.
En “The Outsourced Self: What Happens When We Pay Others To Live Our Lives For Us (El yo externalizado: qué ocurre cuando pagamos a otros para que vivan nuestras vidas)” Hochschild examina el creciente número de tareas que el mercado contemporáneo nos permite delegar en ayudantes contratados, consultores y sustitutos. Dedica un capítulo a los planificadores de boda porque su trabajo ejemplifica las complicaciones de la externalización. Por una parte, se responsabilizan de proveer a los clientes de experiencias personalizadas que hagan del gran día algo especial. Para lograrlo, el planificador necesita conocer la esencia de los gustos y preferencias de los clientes para poder crear eventos que reflejen una personalidad única. Por otra parte, los planificadores de bodas se ven desposeídos de forma efectiva de su esfuerzo hercúleo. Transfiriendo un sentido de consecución permite a los novios tomar las riendas del ritual y mantener un apego emocional a su organización y ejecución.
“Así que parte de contratar el trabajo de un especialista significa que alguien se hace cargo del vínculo emocional de un acto (sentirse ansioso por que algo no vaya a estar en el sitio correcto para luego tranquilizarse al verlo ahí)” explica Hochschild. “Y parte del trabajo es devolver el vínculo emocional a la pareja, de forma que se sientan tan involucrados como si se hubieran encargado ellos de los detalles.”
Cierto es que este ejemplo sólo compete a las parejas que pueden permitirse pagar este tipo de eventos. Pero aún así, la experiencia descrita por Hochschil puede generalizarse. Ocurre cada vez que alguien o algo se encarga de nuestra tarea y se nos felicita o se nos critica por el resultado. Un ejemplo sería el jefe de equipo que es criticado por sus superiores porque el equipo de ventas que ha escogido él personalmente no está llegando a objetivos. En lugar de reconocer la amarga realidad que supone el hecho que la compañía está vendiendo productos que los consumidores no quieren, prefiere culpar a los subordinados en cómo se aproximan a la venta, y enfoncándose en cómo cambiarían las cosas si fue él quien hiciera las llamadas).
Cuando entra en juego el sentimiento de culpa, podemos encontrar tremendamente atractivo usar a un tercero como cabeza de turco y crear una distancia con la causa más cercana al desastre, quizás incluso proclamando que si nos hubiéramos involucrado más las cosas se hubieran hecho mejor. Pero lo cierto es que la seducción de la mala fe sigue siendo poderosa cuando los resultados son buenos y nos proclamamos la llave del éxito.
Cuando recibimos un cumplido, es difícil no querer llevarse el mérito por lo que se está reconociendo. Si en el futuro consigues un espaldarazo por lograr tus objetivos de dieta y ejercicio ¿crees que tu yo del futuro compartirá el mérito con el sistema de navegación inteligente que evitó que pasaras por locales de comida rápida y la prenda inteligente que incrementó tu fuerza de voluntad digital? Si no lo haces, tampoco nadie te va a decir nada porque las herramientas que componen el Internet de las Cosas no están programadas para tener egos heridos o quejarse de que sus esfuerzos son minimizados.
Tal vez, el Internet de las Cosas esconde una dimensión clasista. Si empezamos a engañarnos a nosotros mismos creyendo que la tecnología puede ser nuestro apoderado sin influencia en nuestra biografía, seremos tan viles como las élites privilegiadas que se atribuyen todo el mérito cuando lo único que hacen es disponer del trabajo que se ha hecho para ellos.
Puedes leer aquí el artículo original
Expertos en todología
Muy poca gente es capaz de evitarlo: cuando alguien te cuenta que está leyendo el best-seller del momento, no importa cuál sea o que lo hayamos leído o no, todos nos vemos capaces de dar nuestra opinión. ¿Y en qué la basamos? Nuestras opiniones sobre “Cincuenta sombras de Grey” y en la forma que está escrito parece que nos llegan por inspiración divina, cuando lo cierto es que proceden de distintas fuentes de las redes sociales. No necesitamos leer los artículos completos o sesudos ensayos y críticas al respecto, nos basta con leer los titulares y las entradillas para convertirnos en críticos expertos sobre el tema.
¿Que ha habido “edredoning” en el último reality show de Telecinco? ¿O que la hija de una tonadillera de conocido bigote ha decidido cambiarse de sexo? Podríamos ver el vídeo correspondiente o leer un artículo al respecto pero eso nos llevaría demasiado tiempo. Sólo con revisar Twitter y Facebook y entrar en un par de artículos es suficiente para formarnos una opinión y pontificar sobre el tema. Y ya que hablamos de pontificar, no hemos oído una homilía completa del actual Papa, mucho menos leer alguno de sus artículos, pero hemos revisado los suficientes tuits suyos retuiteados por gente a la que seguimos en Twitter como para poder decir que su posición sobre desigualdad y justicia social es tremendamente progresista.
Nunca había sido tan fácil como ahora fingir que sabemos sobre tantas cosas como ahora sin saber nada en absoluto. Cogemos temas, piezas relevantes que se repiten Facebook, Twitter o newsletters y las regurgitamos. En lugar de ver “Mad men” o el final de liga o un debate político, nos dedicamos a leer el timeline de alguien que lo tuitee en directo o a leer el resumen al día siguiente. Nuestro canon cultural se está viendo limitado a aquello que obtiene más clicks.
Ahora mismo lo que sufrimos es la constante presión de saber de todo en todo momento, a menos que queramos quedar como analfabetos culturales. De esta forma podremos sobrevivir a una conversación de ascensor, una reunión de negocios o una fiesta, de manera que podemos publicar, tuitear, comentar o whatsapear como si hubiéramos visto, leído, mirado y escuchado. Lo que importa la mayoría de las veces no es que hayamos consumido el producto de primera mano, sino que sepamos que existe y desde la opinión que nos hemos formado al respecto, ser capaces de que nuestro interlocutor se involucre. Estamos llegando a conformar un pastiche de pseudoconocimiento que no deja de ser un nuevo modelo de todología.
No es que mintamos cuando demos la razón a un colega sobre lo que comenta respecto a una película o un libro que ni hemos visto, ni leído, ni siquiera revisado la crítica. Hay grandes posibilidades que nuestro interlocutor simplemente repita las mordaces observaciones de alguien en su timeline o en su muro. Gran parte de las interrelaciones conversacionales se construyen a partir de unos cuantos datos extraídos de la revisión diaria de las aplicaciones de nuestros teléfonos móviles. Al fin y al cabo, a nadie le gusta quedar como la persona que no está al corriente de la temporada de “Juego de tronos” al ritmo de emisión de Estados Unidos, menos aún de la serie coreana de la que toda la gente entendida habla sin parar.
Cuando quiera que cualquiera en cualquier lugar menciona cualquier cosa, nosotros debemos fingir conocer el tema. Incluso parecer expertos. Los datos se han convertido en nuestra moneda de cambio. Y hablando de moneda, el ejemplo perfecto sería la Bitcoin, algo de lo que no dejamos de hablar pero que parece que nadie llega a comprender del todo.
Es comprensible que una de las partes, o ambas, en una conversación pueden tener una idea somera sobre el tema que están tratando. Todos estamos muy ocupados, más que ninguna generación hasta ahora. Y como nos pasamos el día mirando nuestros teléfonos y nuestras pantallas, mandando mensajes y tuiteando sobre lo ocupados que estamos, ya no tenemos demasiado tiempo para consumir información de primera mano. En lugar de eso, confiamos en la gente a la que “seguimos” o en nuestros “amigos” o eso es lo que creemos.
¿Quién decide qué debemos saber, qué opiniones debemos tener en cuenta, qué ideas podemos reciclar como propias? Parece ser que los algoritmos puesto que tanto Google, como Facebook o Twitter y el resto del complejo de redes sociales post-industriales confían en estas herramientas matemáticas para saber qué estamos leyendo, viendo y comprando.
Hemos externalizado nuestras opiniones en este bucle de datos que nos permitirá mantener las apariencias en una cena en la mientras parece que se está hablando de “El Gran Hotel Budapest” lo que realmente se hace es comparar las fuentes de redes sociales, mientras nadie reconoce que está completamente perdido en la conversación. En lugar de eso asentiremos mientras decimos “He escuchado algo” o “Me suena un montón”, lo que normalmente quiere ser una declaración sobre nuestro absoluto desconocimiento del tema en cuestión.
Ahora la información está en todas partes, nos someten a un constante flujo que está en nuestras manos, en nuestros bolsillos, en nuestros portátiles, nuestros coches, hasta en la nube. El flujo de datos no puede controlarse. Fluye en nuestras vidas como una marea creciente de palabras, hechos, bromas, chascarrillos, GIFs, cotilleos y comentarios que amenazan con ahogarnos. Tal vez el temor a ahogarnos es lo que está detrás de nuestra insistencia de que hemos visto, hemos leído, hemos sabido. Es una manera poco convincente de considerarnos a flote.
Así nos encontramos braceando desesperados, haciendo observaciones sobre memes de cultura pop, porque admitir que nos hemos quedado atrás, que no sabemos de lo que se está hablando, de que no tenemos nada que decir sobre cada tema que aparece en nuestra pantalla, es estar muerto.
Traducción y adaptación del artículo original de Karl Taro Greenfeld “Faking cultural literacy” para New York Times