Me he acostumbrado
a la autosuficiencia normativa
que habita en tus ojos
para terminar tomando las riendas
de mis noches,
que tensas y relajas
para conducirme entre tus piernas,
acostumbradas a recorrer
burdeles y lupanares,
y calles solitarias
en las que el deseo
es moneda de cambio.
Me he acostumbrado
a las palabras gélidas
de tu ausencia,
a la distancia grosera y vasta
que, más que hacerme daño,
me ha inmunizado
contra el delirio.
Relajada la presión
entre mis sienes,
una vez que he corrido
hacia el precipicio de todos los apeaderos,
a todas luces
insuficientes para una maratón,
he llegado al recuerdo
con los párpados pesados
del cansancio,
pero también con la certeza
de que he elegido el camino
adecuado.