El escritor es un imbécil que se cree Dios, y Dios es un imbécil muy parecido
Yo-Yo, Ray Loriga
Préstame la voz
y esas manos
que desordenan mi piel,
el sudor en caída libre
por tu columna,
los gemidos apagados,
los labios
en carne viva.
Procúrame las noches
en mancebías,
las lunas nuevas,
las mañanas prístinas
los bucólicos atardeceres
que se intuían
en mis premisas seniles.
Dame el escondite
en el que esquivar
las maledicencias,
el dolor de un alma ortopédica,
la sinrazón razonada
de un cuerpo mutilado.
Suminístrame lágrimas
de agua oxigenada
de garrafón
de polvo o harina,
esas que escuecen
al fondo de los días.
Y cóbrate en carne.