La ciudad muere
entre convulsos estertores
que tienen eco en el abismo.
Despierto.
La ciudad muere
y yo despierto
y estoy desarmado
ante los envites
del luto.
Me desperezo entre brumas
que siempre son blancas y frías
y raramente dulces y oscuras,
tinieblas de alquiler
sobre la tramoya.
La ciudad muere
como cada día
y, como cada día,
la rutina
da paso a las costumbres
que camuflan el olvido.
Y en medio,
la tregua del aburrimiento.
Lentamente me desperezo
mientras la ciudad muere
y ante mis ojos se desvelan
con prístina claridad
los contornos de las rutinas,
para volver a dormir
para dormir en el mar
This was lovelly to read
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