Tan cansado de caminar
descalzo
sobre los cristales rotos,
como un mártir
de estampita
de tienda de baratillo,
que a veces
-sólo a veces-
me arrepiento
de haber tenido que tallar mis días
con buril y cincel.
Tan hastiado
de mirar tras el cristal
que me arrepiento
de haber olvidado cómo se respira.
Y ahora qué.
Otra vez el sueño
de un despertar prematuro.
Qué le voy a hacer
si no encuentro excusas
y no estoy seguro
de porqué amanece tan temprano,
de porqué puedo seguir solicitando
asilo,
acogiéndome a sagrado.
En fin.
No puedes intentar humillarme,
tan aburrido estoy
de tus contradicciones
que el alma ya no me duele.
El alma ya no me duele.