Dentro de los términos y los conceptos también existe la moda. Hace años fue la “globalización”, durante meses vivimos pendientes de la “prima de riesgo” y recientemente sufrimos el “twerking” o el “selfie”.
“Gentrificación” es otro de estos nuevos términos que aparecen en nuestras vidas y que no sabemos exactamente qué quieren decir pero los utilizamos de todas maneras. Debemos prestarle atención, máxime cuando es una cuestión que afecta directamente a los espacios en los que habitamos y que se deriva de la especulación, una de esas razones que nos ha metido en el jardín de la crisis.
Tómese un espacio urbano ya desarrollado, cuanto más céntrico mejor y del que las instituciones públicas se olviden, condenándolo a un progresivo deterioro y una inevitable degradación. En muchas ocasiones, estos espacios son habitados por gente de edad avanzada en edificios con indudables carencias (ascensores, eficiencia energética,…) El descalabro en el valor del espacio se ve acompañado por la falta de pequeños negocios que puedan competir con los grandes gigantes que están instalados en los centros urbanos, junto con la aparición de «dudosa calaña» ¿Conocéis la calle Desengaño en Madrid? Pues es perfecto ejemplo de lo que estamos hablando. Pero la gentrificación afecta a todo el barrio de Malasaña, como antes ocurrió en Chueca o en el Born en Barcelona. Así se obtiene la degradación de un espacio céntrico en el que especular para sacar el máximo beneficio.

Una vez el espacio está degradado, con el consecuente malestar vecinal, los gobiernos (especialmente en épocas electorales) tienden a buscar soluciones con las que tratan de embaucar a sus potenciales electores. Así, de la mano de distintas empresas privadas buscan soluciones para poner de nuevo en valor el barrio.
En líneas generales, el primer paso suele ser la reactivación del comercio, pero no el tradicional, de pequeñas tiendas de consumo diario, sino de locales que aporten cierto grado de exclusividad y valor añadido. Los locales dedicados a la hostelería más tradicional, van perdiendo peso, frente a espacios de cuidado diseño y propuestas vanguardistas. Los renovados locales atraen a gente de fuera del barrio que empiezan a desarrollar vida en el mismo. A lo mejor a Paca, la vecina del 4º con su pensión de jubilada, no le interesan las nuevas zapatillas All Stars ni le apetece tomar un gin-tonic premium con frutas del bosque y tónica de azahar. Pero el emprendedor que sigue las tendencias no dudará en desplazarse al centro para conseguir esa exclusividad. Así cazan al mercado objetivo. Y una vez se atrae a esa gente al barrio (la que tiene dinero, a la que las empresas pueden exprimir y que ya están enganchadas a lo exclusivo que les da la zona) llega el momento de echar a la gente que no resulta tan rentable. Lo que quieren vender es una nueva forma de vida en la que se habita y se consume en el mismo espacio y, si no puedes consumir en dicho espacio, tal vez Paca la del 4º tenga que plantearse que no debe de vivir ahí.
Tampoco es baladí el hecho que las viviendas de estos espacios son muy diferentes a las que se construyen en la actualidad, especialmente en el tamaño, a veces superior a los 100 m2, y en su distribución. ¿Para qué quiere Paca una casa tan grande para ella sola? ¿Y la gente joven que es objetivo de los especuladores? Esos no conocen ni lo que es semejante área. Así que gran parte de los edificios que se han ido quedando vacíos, previa venia del ayuntamiento de turno, son remodelados buscando un modelo más «acorde con las necesidades de los individuos que van a ocuparlos» y de espacio más reducido. Es decir, se aumenta el número de viviendas existentes y se reduce la superficie de las mismas, rentabilizando de forma óptima el espacio.

De esta manera se aúnan servicios de alto valor, con cierto halo de exclusividad, con espacios residenciales a los que se les transfieren dichas características (aunque los paneles de pladur ni sean de alto valor ni demasiado exclusivos).
En conclusión, se fuerza el desarrollo de un nuevo tejido urbano en el que no tienen cabida ni los comercios tradicionales ni la población envejecida en aras de una ocupación más intensiva del espacio. Eso es lo que se llama gentrificación. Próximamente en todas sus pantallas.
Coda: Paca la del 4º se ha ido a vivir con su hijo, su nuera y sus dos nietos al apartamento en la Manga del Mar Menor que ganó cuando participó hace veintiocho años en el “Un, dos, tres”. Todos con la pensión de ella. Pero eso es una historia que contaremos en otra ocasión.