Con férreas reglas estipuladas
por años de inocencia impostada,
la piedra gana a la tijera
en una lucha de dos contra sí mismo,
de uno contra el rival.
La tijera gana al papel
y a su cohorte de tiranías
en las que nos reflejamos.
El papel gana a la piedra
en la defensa inútil
de despertarse siempre solo.