Génesis (ejercicio irónico)


 

Era el bicho raro de la clase, con sus enormes gafas de pasta y aquellos zapatos ortopédicos que transformaban en terremoto su paso hacia el fondo del aula. De aquella época son los dibujos que pueblan los márgenes de sus libros de texto. Jugar al fútbol en los recreos no era lo suyo, ni al balón prisionero, ni a la goma, tampoco a la comba, mucho menos al baloncesto. Su lugar era un rincón del patio, levantando trozo de pared con aquellas uñas que depredaba con meticulosa obsesión. Desde detrás de sus gafas, en su esquina, el mundo era un lugar mas o menos seguro, al menos era capaz de controlarlo, de dominar las amenazas que tanto asustaban.

En secundaria las cosas no mejoraron pero, en compensación, no era la única persona con carencias sociales. Fue cuestión de tiempo que se asociara a otros inadaptados con los que compartir los tiempos muertos, los recreos, los descansos del cambio de clase.

Su metamorfosis, tardía e inesperada, una adolescencia tormentosa y atormentada, tuvo lugar, sin anuncio previo, durante el verano anterior a la universidad. Cambios que no sabia controlar, aderezados por hormonas incontroladas e incontrolables. Sin darse cuenta se descubrió acaparando miradas donde antes recogía indiferencia, cuando no abierta hostilidad. De pronto ya no era aquel paria asocial del rincón. Las gafas le daban un aire intelectual que favorecía el aura de hermética timidez tras la que se defendía de los posibles ataques que habían hecho tanto perjuicio a su autoestima.

Entró en la universidad siendo otra persona, con un personaje nuevo que se encargó de enterrar su antiguo yo. Y cuando salía aquella personalidad que había dejado atrás como la serpiente abandona su piel, se encargaba sistemáticamente de ocultarla de los demás, con la sistemática obsesión con la que antes depredaba sus uñas: había conseguido alcanzar un status, la posición de alguien cool. Y no iba a dejar que nadie se lo arrebatara.

Para ello cultivo un aura de hermetismo trascendental, dejándose ver con libros de Bukowski y de Burroughs, haciendo que escuchaba a grandes malditos del rock y a grupos minoritarios que nadie conocía y que, si en algún momento trascendían a un público más amplio, los tachaba de vendidos a las multinacionales. Se hizo adicto a las sesiones golfas de las salas de cine en versión original. Mejor una película rusa que un blockbuster americano. La oscuridad del cine, siempre fue el mejor lugar para sus siestas. Y un día, empezó a trabajar como columnista en uno de los grandes periódicos del país.

mp3: The Offspring «Self Esteem»

Gente tóxica


Pequeño homenaje a Lou Reed y su «Walk on the wild side«

Optó por la discreción de cruzar las piernas y mantenerse al margen. De todo. De todos. Había llegado a la ciudad con poco más que una maleta y algo de dinero. Por el camino se arregló las cejas en un arco de sorpresa permanente, se depiló las piernas, sus largas piernas, y él se transformó en ella. Hasta que un día se puso en pie. Dejó la larga boquilla en el cenicero. Comprobó que la costura de sus medias estaba completamente recta. Se transformó en Atila, allí donde pisó, allá donde pasó, se transformó en un yermo páramo en el que no volvió a crecer la hierba.

Él trabajaba en el guardarropa. Como ella, había cruzado el país haciendo auto-stop, pero siempre supo el destino al que quería llegar, aquella sólo iba a ser una estación en el viaje. Él la esperaba, desde siempre, detrás del humo de un cigarro a medio consumir en la comisura de la boca, deseando tener el sombrero y el aplomo del señor Bogart, no la veleidad de la inexperiencia cuando ella desplegó todas sus artes y él no supo cómo defenderse.

Ella supo cómo hacerle daño todas las veces que le dijo que le quería, clavando sus largas uñas púrpuras en su espalda, actuando como un caníbal sobre sus labios, cada vez que le pedía perdón, cada vez que le volvía a herir. A veces, con un chico al fondo del local. A veces, con la fogosa camarera que reinaba tras la barra. A veces, con el ricachón que miraba de reojo al anudarse la corbata bajando las escaleras del cuarto oscuro. A veces, con cualquiera que no fuera él.

Cada vez que volvía se excusaba diciendo que no era capaz de evitarlo pero que era con él con quien quería estar, aunque la realidad contradecía las palabras.

La primera señal fue un olor que ella no supo identificar, una colonia que no conocía. Después, la marca de un mordisco en su pecho, prácticamente en la aureola del pezón. No lo dio importancia. Tampoco le importó el día que fue a buscarle y se había marchado porque «estaba muy cansado» o que no respondió al teléfono móvil porque se había dormido. Las heridas que le infligía era más superficiales cada vez. Cada vez que se arreglaba la ceñida falda después de estar con el calvo sudoroso que la mandaba flores cada mes. Cada vez que se retocaba la pintura de los labios tras sudar con el pinchadiscos del local. Cada vez que llegaba a casa y él estaba ya durmiendo en la cama.

Hasta el día que faltaron dos maletas. Y tuvo que desayunar café con el veneno de su cizaña.

mp3: Kings of convenience «Toxic girl»

De viaje


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Si el coche hubiera sido descapotable, la experiencia habría sido perfecta.

Escuchando una cinta de viejos éxitos grabados de la radio cuando aún éramos adolescentes y en los labios el sabor de la boca del otro. Apenas conocíamos nuestros nombres pero nos comportábamos como dos enamorados. Sólo la carretera y el sonido rasposo de una mala grabación. Sólo la carretera, el horizonte y una compañía accidental.

En una ciudad que nadie recuerda encontramos donde comprar una guerrera de un país que ya no existe. No éramos dueños del mundo pero sí éramos propietarios de nuestros sueños, al menos, hasta donde nos durara la gasolina.

La tarde del tercer día vimos en el porche de una casa con el cartel de «Se vende» una mujer que tejía compulsivamente a ganchillo una especie de patucos. Sus manos estaban tan acostumbradas a la tarea que no necesitaba mirar lo que hacía, dejaba vagar su mirada hacia el horizonte pero no nos prestó atención cuando nos detuvimos a contemplarla.

Otro día recogimos a un autoestopista, un surfero con una sonrisa tan grande que no nos cabía en el coche. Cuando nos detuvimos en una gasolinera salió corriendo sin despedirse, a tal velocidad que casi creíamos haberlo soñado, de no ser por la arena que había en el asiento de atrás del coche.

Tu conversación muchas veces comenzaban con la carencia de autoestima de la gente, que necesita hacer daño para reafirmarse. Yo te contestaba que a mí las heridas me cicatrizaban rápido. Tu decías que las cicatrices imprimían personalidad.

En aquél pueblo de la costa te hice una fotografía con una cámara desechable. Tu con las nubes detrás. He de confesar que nunca llegué a revelar aquél carrete. Pero recuerdo los sueños que se asomaban en tus ojos.

No había ninguna clase de compromiso que nos atara el uno al otro, tal vez por eso, nos acompañábamos, juntando dos soledades para que se hicieran más llevaderas, para que pesaran menos, para que no dolieran tanto.

No teníamos un destino concreto, pero una vez llegamos a aquél lugar supimos que se había acabado. Nos despedimos con un beso y un lacónico adiós. Te alejaste, dejándome en aquél campo de girasoles.

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mp3: Los Planetas «De viaje»

Diva del extrarradio


Otra pequeña historia con una mujer de protagonista. No sé por qué me ha dado esta racha.

Nunca llegó a ser una vedette, ni siquiera corista o suplente. A lo más que llegó fue a camarera de una barra americana de siete a tres. Un sitio con mucho estilo, eso sí, lo que viene a significar que el número de clientes babosos era relativamente reducido. Triunfar es complicado y la gran ciudad es un ente antropófago que, antes de que te des cuenta, te está fagocitando. Y cuando te regurgita, te devuelve como otra persona, como quién no pretendías ser, el reverso tenebroso de los inocentes sueños del que cree tener la vida por delante. Así que cuando el tipo del final de la barra que fumaba un Ducados tras otro le propuso matrimonio no vio ninguna razón para rechazarlo, las mismas qué encontró para aceptarlo.

Pese a todo fue blanca y radiante al altar, aunque sabía de sobra que aquél color no era más que otra impostura. La luna de miel, en Canarias. El primer hijo, con el nombre de su abuelo paterno, igual que su padre. La hija, casi un año después, con el nombre que la abuela eligió.

Al cabo del suficiente tiempo, la vida que no había soñado la golpeó con la potencia de una apisonadora. Fue un viernes por la tarde, cuando los niños habían salido con sus amigos y el marido no había llegado de la oficina (o del lupanar de turno, no había perdido las costumbres). El primer vaso fue accidental, sí, pero el segundo se rompió por los sueños qué no había cumplido, como el tercero se partió por la soledad de una madre que nunca pudo ver crecer a sus hijos por tener que fregar escaleras, el cuarto se estrelló contra el suelo con la amargura de toda una vida que le había engañado.

Aquél sábado, le pidió a su marido que la llevara al centro comercial. Necesitaba comprar vasos.

mp3: Bebe «Que nadie me levante la voz»

Sopa


No hace más que mirar al frente con la dignidad de una esfinge mientras escucha los reproches que tantas veces le ha echado en cara. Tantas que ya no la afectan.

Al principio lloraba. Después apretaba los labios hasta transformar su boca en algo similar al tajo de un cuchillo. Ahora ha conseguido mantenerse impávida al tiempo que los gritos de se vuelven asmáticos, sus manos tiemblan, su cabello clarea, su piel se convierte en papiro.

No le escucha.

No le oye.

Pero sabe qué está diciendo. Consciente de lo que espera de ella, interpreta el papel para el que la ha elegido, regresa de la cocina con el plato de sopa que le acerca de forma lenta a su viudedad.

 mp3: Bebe «Ella»

La hija del lanzador de puñales


She says sometimes
she spread the legs,
she doesn’t care
for the name of the guest.
After he’s finished
she waits for the next
Christina Rosenvinge «Easy girl»

Dice que, a veces, se abre de piernas sin preguntar el nombre del huesped. Otra ciudad. Otra cara. Otro cuerpo. Bajo las uñas pintadas de bermellón, el polvo de un camino que ha recorrido mil veces. Otra ciudad. Otra cara. Otro cuerpo. Se culpa a sí misma, tratando de encontrar atajos en las distancias cortas. El lugar es lo de menos. Una playa al amanecer, el asiento de atrás de un coche con olor a ambientador de pino, las escaleras de un parque. Otra ciudad. Otra cara. Otro cuerpo. Y vuelta a empezar. Busca una excusa para enfrentar la tiranía de la soledad, haciéndose la fuerte, levantándose la falda, abandonándose a otros cuerpo que, después le dan la espalda. Otra ciudad. Otra cara. Otro cuerpo. Y en la caravana, en dirección a otro punto de partida, se lima las uñas, lamentándose de que nunca la han besado en los labios.

mp3: Christina Rosenvinge «Easy girl»

Carta de ajuste


Las despedidas nunca son fáciles.

Decir adiós nunca se me ha dado bien.

Pero siempre llega el momento en el que tienes que hacerlo, forma parte de eso que llamamos «vida».Y es entonces cuando puedes hacer un balance de lo que te han aportado. A unos cuantos les tengo que agradecer muchas cosas: el estar ahí, el apoyo, los cafés y los hombros para llorar y la paciencia para enseñarme.

Lo bueno es que esas personas lo saben y ese adiós espero que no sea definitivo: la princesa que nunca tocaba el suelo, la figura maternal, la que salió de la tarta con una sonrisa colgada en los labios y a la que la sonrisa rara vez le llegaba a la boca, la persona que sabía contar estrellas cuando a los demás nos deslumbraban las luces de la ciudad, aquella persona que conocía los secretos de los tigres y la que usaba sus pasos como armas arrojadizas,…

Y prefiero dejarlo aquí con una sola palabra:
GRACIAS

mp3: Fangoria «Adios»

mp3: Enrique Urquijo y los Problemas «Ojalá que te vaya bonito»

Gang Bang


Suplir la falta de personalidad acatando las órdenes de una persona supuestamente más carismática siempre ha sido uno de los trucos más antiguos para hacerse pasar por alguien con un mínimo de interés.

Las más de las veces, ese ente supuestamente carismático, líder de masas, en realidad no deja de ser un ídolo con pies de barro que, a poco que se rasque, se tambalea (más aún cuando se trata de un ataque frontal a su ego), haciendo que muestre su faceta más débil. La reacción puede variar, pero por lo general, suele optar por una reacción agresiva contra aquello que ha generado el descubrimiento de su debilidad. Es ahí donde entran en juego los acólitos carentes de personalidad, que se dejan enredar por los cantos de sirena del líder que necesita que se le defienda de tal afrenta. Jamás lo hará de forma directa, siempre recurrirá a su camarilla en un intento de mantener sus manos limpias.

Se crea entonces un grupo de acoso y derribo contra la nota disidente, aquella que ha herido el orgullo del líder. Mientras la oveja negra se ha quedado dentro del cercado, no ha habido problema, pero en el momento en el que ha sacado los pies del tiesto, ha levantado la cabeza y ha dicho que ahí está y no piensa dejar que lo pisoteen es cuando arrecia la hostilidad por parte de los acólitos que, en un intento de congraciarse con su líder, cumplen de forma estricta sus órdenes so pena de verse ellos mismos condenados al ostracismo por parte del resto del grupo participante del Gang Bang.

Ya inmersos en el círculo vicioso del insidioso acoso contra el elegido como cabeza de turco, las posibles alianzas estratégicas del grupo se dirigen a reducir los posibles apoyos que éste encuentre con el fin de hacerle claudicar. Craso error cuando el disidente es capaz de resistir sin más apoyo que su personalidad. Eso es lo que desconcierta y aterra al grupo y enfurece al líder, que redobla sus esfuerzos en el intento de hacer pasar al adversario (arbitrariamente elegido) por el aro.

Este momento que describo es según la teoría del mobbing de Marina Parés, la fase de exclusión. Analicemos brevemente el resto de fases:

  1. Seducción: La relación entre líder y acosado es buena. Tanto que el acosado cree que se trata de una amistad mientras el líder se dedica a analizarle para poder buscar grietas y debilidades que aprovechar en el futuro acoso (las más de las veces no lo hace de una forma consciente y, en muchas ocasiones, no necesitará usarlo, sobre todo si la potencial víctima forma parte de su camarilla de acoso)
  2. Conflicto: Coge a la pardilla víctima de improvisto, sin darle tiempo a reaccionar y analizar el problema, el por qué del enfriamiento de la relación. El acosado, inocente e inconsciente, plantea al, hasta entonces aliado, el por qué del cambio de actitud.
  3. Acoso:Pasamos al hostigamiento por parte del acosador, que empieza a aprovechar las debilidades de la cabeza de turco sobre la que proyecta sus carencias.
  4. Entorno: aprovechando la combinación de supuesto carisma con la falta de personalidad en el entorno, el líder lanza sus huestes contra su víctima. Como hienas al acecho, el ejército se convierte en extensión de la actitud del acosador.
  5. Intervención de la empresa: por norma, los estratos superiores tienden a ignorar la batalla que se está librando, confiando en la posibilidad de que el problema se solvente por sí solo.
  6. Exclusión: el elemento discordante se convierte en persona non grata para el resto de compañeros que no están en el Gang Bang. La labor del acosador extendiendo sus redes, termina por afectar a un ámbito más amplio que aquél más inmediato a su víctima.

En algunos casos, la reacción del adversario, revolviéndose contra la actitud marcial y carente de compasión del acosador, se convierte en un elemento más con el que atacarle, la prueba definitiva de que el acosador tiene razón y que la víctima se merece todo lo que le está pasando, con lo que la carente de personalidad cohorte de participantes en el grupo de acoso refuerzan su actitud e, incluso, llegan a reclutar nuevos elementos para su causa.

El resultado del Gang Bang suele ser dispar: a veces claudica la víctima, otras el acosador pierde el interés, en algunas ocasiones la víctima termina desertando.

mp3: Nacho Vegas «Gang Bang»

Por qué no me muerdo la lengua


You wouldn’t let me say the words I longed to say
You didn’t want to see life through my eyes
[express yourself, dont repress yourself]
You tried to shove me back inside your narrow room
And silence me with bitterness and lies
[express yourself, dont repress yourself]

Did I say something wrong?
Oops, I didn’t know I couldn’t talk about sex
[i musta been crazy]
Did I stay too long?
Oops, I didn’t know I couldn’t speak my mind
[what was I thinking]

 

Aparte de la respuesta obvia (porque me envenenaría) la razón principal es la distancia a la que me han ido empujando hechos y actitudes, desplantes, malas caras y respuestas fuera de tono y de lugar. Que, de la noche a la mañana, alguien deje de hablarte. Que alguien que se precia de ser tu amigo te haga un traje a medida (de sus intereses)

A base de hostias, he aprendido que hay mucha gente que está a tu lado, sólo en función de sus intereses. Cuando alcanzan su objetivo marcado te descartan y buscan a otra persona a la que utilizar, sin darse cuenta de que lo que para ellos era una relación utilitaria, para ti significaba algo más. La ventaja es el poder discriminar a quién llamas «amigos» y a quién puedes tildar de «conocidos».

HUMANNATUREVIDEO

Tal vez alguien se pregunte (siempre presupongamos la curiosidad, es uno de los rasgos que han permitido que el ser humano avance) la razón por la cuál en éstos momentos me decida a escribir palabras como estas. La razón es bien sencilla (aunque también tenga sus matices) y es que ya me da igual. Sin razón aparente se ha optado por criticarme y se me ha hecho daño. Sin venir a cuento, de pronto, las actitudes de la gente se vuelven diametralmente opuestas. Las fases por las que pasas se pueden resumir en las siguientes:

  1. Confusión: En el momento en el que te das cuenta de que algo no funciona como es debido, que se ha producido un cambio que no eras capaz de ver venir.
  2. Dudas: Te planteas qué has podido hacer mal, a veces, incluso se lo preguntas directamente a la persona interesada (normalmente te responden con una falsa sonrisa y aseguran que no pasa nada, que todo sigue como siempre)
  3. Dolor: Te das cuenta de que, realmente, la relación se ha deteriorado de tal forma que nunca podrá volver a ser como antes.
  4. Indignación: Te preguntas cómo es posible, quién se cree que es, cómo ha sido capaz, y varias cuestiones más en un ataque de dignidad que, en algunas ocasiones, puede llegar a causar ciertos estropicios.
  5. Indiferencia: O lo que viene a ser pagar con la misma moneda, tratas de que te resbale el tema y lo dejas correr, intentando convencerte de que es la ultima vez que te pasa.

Yo ya he llegado a una sexta fase: aquella en la que la distancia es el olvido (perdón por mi vena bolero) quiero decir que la distancia te da perspectiva y la perspectiva te permite analizar, ironizar y caricaturizar conductas que se hacen evidentes.

Por eso me permito explayarme. Y no me muerdo la lengua.

mp3: Madonna «Human nature»

Lucha de gilip… digo, gigantes


Es gracioso como han pasado los años, las vueltas que da la vida (vaya tarde de bolero más tonta que me ha asaltado) y aún así, se mantienen en la vida las mismas estructuras estamentarias que se forman en los institutos. Lo que es peor, las de los High School americanos que vimos en «Sensación de vivir». No somos originales ni para copiar y, encima, importamos los modos foráneos de una vida que nos han enseñado en televisión.

Las cosas como son, hay guays en todas partes, ese tipo de gente que se cree que son lo más de lo más por el simple hecho de haber nacido por el coño de su madre (como el principito de Asturies) Ellos se creen que, por el mero hecho de dirigir su atención a ti, simple mortal, deberías empezar a saltar y dar palmas con las orejas. Y una mueca de decepción se pinta en su rostro cuando, apenas les prestas más atención que la que ellos te prestan habitualmente. Luego está el segundo estamento, los que quieren ser guays y no pueden o no les sale tan bien con al estamento superior. Su relación con la «elite» es paradójica, se aman y se odian a partes iguales, se declaran la guerra para después firmar la paz. Y es curiosa también las sinergias internas que se producen dentro del segundo estamento, plagadas de pequeña puyas que tratan de parecer bromas cuando están en realidad cargadas de la dañina ponzoña de la desconfianza, en ocasiones azuzada por el intento de alcanzar la complicidad con alguno de los elementos pertenecientes al primer estamento. Por ultimo está el tercer estamento, los parias, los desheredados. Aquellos a los que los otros dos estamentos tratan como escoria intentando ignorar su existencia. Su papel en ésta tragicomedia se construye en función de que sean conscientes o no de la consideración que le tienen sus compañeros. Si no sabe su situación, es probable que trate desesperadamente de ganarse el favor de los estamentos superiores en un vano intento de ascender en el escalafón sin apenas darse cuenta de que se convierte en el blanco de comentarios malsanos y maliciosos. Si, por el contrario, el elemento perteneciente al tercer estamento, sabe cuál es su papel y el lugar en el que se encuentra, de pronto descubre el inenarrable placer de convertirse en testigo, en convidado de piedra de tramas vodevilescas, que a veces te hacen gracia, otras tienen la suficiente chicha como para hacer algún comentario jocoso, la más de las veces llegan a tal nivel de patetismo que se convierten en la comidilla del día por el mero placer del criticar por criticar.

Lo más triste de todo este paramento medieval con el que se tratan de sostener nuestras relaciones sociales, es la incapacidad de cada una de las partes de percatarse de que ninguno somos actores principales, no interpretamos el papel principal por el que nos van a dar un Oscar, ni siquiera el de secundario. Pero no lo podemos evitar y soñamos con que, algún día, nos echaran del escenario mientras nos alargamos en nuestro discurso de agradecimiento.

mp3: Nacha Pop «Lucha de gigantes»

 

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