Archivo de la etiqueta: Facebook

Social Media: El marketing sin control no sirve de nada


Hace unos años hubo una campaña de neumáticos que decía «La potencia sin control no sirve de nada», lo cual no deja de ser cierto: puedes tener toda la potencia que quieras pero si no la controlas terminarás saliéndote de la carretera.

De la misma manera, hoy en día los ubicuos anuncios de Internet aparecen en todas partes pero posiblemente en el lugar que poco o nada interesa a los anunciantes. Es decir, tienes la potencia de Internet pero si no controlas en qué medios apareces o no haces una buena segmentación, las posibilidades de impactar en tu público objetivo son prácticamente nulas.

Esta reflexión viene al hilo de que a lo largo del día de hoy me he encontrado con una de esas páginas que se abre en segundo plano de forma subrepticia detrás de la pantalla principal del navegador y reproducen de forma automática un ruidoso y molesto vídeo. Generalmente se tratan de páginas de nulo interés en las que se promocionan páginas de apuestas o estafas negocios piramidales. En este caso, el tema de la web era una investigación sobre el cáncer. El tema casi me sorprendió por que no es habitual dentro de estas páginas. Pero lo que me descolocó del todo es que el vídeo reproducido era de uno de los dos bancos más saneados de España. Mi sorpresa fue mayúscula, no tanto por el contenido del media, sino porque no lograba comprender la relación entre contenido y continente. Es evidente que el anuncio forma parte de algún plataforma que mete anuncios en cualquier plataforma, lo cual, en lugar de dar lustre a la web que aloja un anuncio de una empresa importante, tiene el efecto contrario, se puede considerar que la empresa tiene poco interés en dónde aparece con tal de constar. En este caso aparece en una web que no tiene nada que ver con el tema de la empresa, pero este tipo de descuidos puede llevar a situaciones que consideraríamos estrambóticas: ¿os imagináis un anuncio religioso en una página de contenidos porno?

Facebook es posiblemente una de las mayores bases de datos del mundo, contiene datos sobre gustos, aficiones y amistades de más de 1200 millones de personas. De la misma manera, estamos en manos de Google al que facilitamos hasta nuestros movimientos: no solo tiene nuestros datos, nuestro correo y nuestro archivos, si no que también sabe dónde estamos.

Y ambas empresas pone dichos datos a disposición de todo aquél que, gustosamente, pague por ellos (es por eso que los usuarios no tenemos que pagar nada por darnos de alta). Claro que una cantidad ingente de datos porque sí de poco sirven a cualquier empresa, por ello tienen que decidir a quién se quieren dirigir, dónde está su nicho de mercado. Ahora bien, hay empresas a las que ese tipo de análisis les resulta de lo más complejo y lanzan sus consignas y anuncios sin tener en cuenta en quién están impactando. De esta forma, te encuentras (en aquél momento AdBlockPlus no era más que una utopía) con anuncios sobre la menstruación o sobre la nueva fragancia de Shakira. O SMS por parte de tu operadora de móvil (que sabe exactamente tu dirección de facturación) para que participes en el sorteo de unas entradas de un concierto de «Il Divo» en Sevilla (sic).

En definitiva, puedes tener una base de datos con todos los usuarios de Facebook o Google, pero si no haces una criba tratando de encontrar a tus clientes potenciales, por un lado vas a consumir una gran cantidad de recursos a lo tonto y, por otro, no vas a conseguir los objetivos de la campaña. Vamos, que es como disparar a ciegas y confiar en que vayas a dar en el blanco. De la misma manera, aparecer en absolutamente todos los soportes no te va a reportar más clientes y sí un despilfarro de recursos.

Redes sociales: los algoritmos nos llevarán a vivir en un mundo paralelo


En el mundo actual tenemos un maremagnum de fuentes de información con las que mantenernos al día como las páginas web de los distintos medios de comunicación, los blogs, las redes sociales, las wikis, los foros, los buscadores… los usamos de una forma u otra para saber qué es lo que pasa en el mundo.

Como es normal, cada uno da el sesgo a esa información que recibe de forma selectiva en función de los periódicos que lee, la gente a la que sigue en Twitter o los amigos que tiene en Facebook, sus intereses en Google+. Esto es evidente dado que cada cuál es más afín a ciertas ideas o ciertos gustos. Pero de lo que muchas veces no somos conscientes es que lo que vemos a través de las Redes Sociales nos llega con un sesgo impuesto por la propia red en un principio tratando de ordenar la avalancha de información que no llega desde las distintas Redes Sociales.

Qué duda cabe que Google es una de las herramientas que más utilizamos a la hora de navegar por la red. Es más que común que accedamos a Internet y tecleemos en el buscadoruna cuantas palabras con una idea vaga en la cabeza y que el buscador nos devuelva el resultado concreto de lo que necesitamos. Detrás de esos resultados se esconde la fórmula mágica de Google, que consiste en un programa que se encarga de revisar las páginas web de enlace en enlace y clasificarlas en función de una serie de palabras clave a las cuales da un peso específico (bueno, lo he simplificado mucho, pero esa es la idea). De esta forma, cuando nosotros introducimos distintos términos de búsqueda y nos llegan los resultados, aquellos que aparecen en las primeras posiciones y que, además suelen ser los que pinchamos, son los que determina Google que son los mejores para nuestros intereses en función de las palabras que hemos utilizado. De la misma forma, los anuncios que nos aparecen en distintas partes de la página también dependen de esos términos de búsqueda. En conclusión, vemos lo que el algoritmo de Google ha decidido que veamos. Podéis conocer la historia de este algoritmo en éste artículo de Diario Turing en eldiario.es

Otra de las fuentes de información a la que accedemos ya de forma casi inconsciente es Facebook. La que se ha erigido en red social por excelencia (en marzo del 2013 tenía 1110 millones de usuarios registrados) es el patio de vecinas donde unos colgamos artículos, otros dejan sus opiniones, compartimos fotos de nuestras vacaciones… Al final recibimos una serie de informaciones casi en tiempo real, conocemos las cosas según están ocurriendo. El problema es que no estamos viendo todo lo que nuestros amigos están compartiendo y mucho menos lo estamos viendo de forma cronológica. Para empezar, Facebook ofrece dos opciones para ver nuestro muro: Historias más recientes en las que ordena de forma más o menos cronológica las publicaciones que realizan nuestros amigos y las páginas que seguimos; y Titulares en las que la propia red social elige la importancia de lo que tenemos que ver. Volvemos a lo que nos pasaba con Google: resulta que Facebook también dispone de un algoritmo, llamado Edgerank, que decide el contenido más importante que tiene que aparecer en el muro de los usuarios. En él entran variables tan intangibles como el compromiso, la interacción, la relevancia… Al final, Facebook criba y nos muestra lo que quiere que veamos.

Parece que Twitter es una red más neutra en ese sentido: nosotros elegimos a quién seguir y, por tanto, el contenido que aparece en nuestro Timeline. Por supuesto, Twitter también emplea su propio algoritmo, de hecho son los que deciden los Trending Topic que aparecen en su pagina web. Normalmente cruza el número de menciones y Hashtags sobre determinado tema con la novedad del mismo, de manera que no se perpetúe en la lista de Trending Topics. Está claro que si no entramos en ellos no nos filtra la información según dichas palabras clave, pero también debemos de ser conscientes que, una vez pasada la novedad, el tema de conversación va a desaparecer de nuestra pantalla. Seguro que en más de una ocasión nos ha ocurrido que, durante un momento, nos hemos entregado a seguir la información sobre determinado evento que, al cabo de unas horas, ha terminado por perder el interés que tenía al principio.

En pocas palabras, debemos de ser conscientes de que no tenemos el control de lo que nos encontramos en nuestra navegación por las procelosas aguas de Internet y las Redes Sociales y que lo que vemos, en gran parte de las ocasiones, es lo que las corporaciones nos dejan ver, por lo que hay que ser escéptico ante las informaciones que nos llegan desde los distintos medios. De lo contrario, podemos encontrarnos en que hemos sido lanzados a un mundo paralelo.

Si queréis profundizar más en el tema y ver varios ejemplos sobre este respecto os recomiendo el artículo de El Confidencial: «Los algoritmos de las redes sociales amenazan su neutralidad«.

Redes sociales: Espejito, espejito mágico…


Abres el Facebook y te encuentras con el reportaje fotográfico de las vacaciones en las Seychelles de tu amiga. Un poco más abajo, aparece la imagen de la hija de no sabes quién dando sus primeros pasos. Más allá, otros aparecen preparándose para ir a una boda en un entorno inigualable de belleza sin igual. La maravillosa cala en donde unos han estado tocando la guitarra en torno a una hoguera. Múltiples fotos de gatos. Una imagen del sushi del restaurante de la ciudad donde no es posible lograr mesa o, si se puede, no es factible pagar la cuenta y seguir comiendo el resto del mes. Todo el mundo parece que tiene una vida más (atr)activa que cualquiera de las estrellas de Hollywood. En ese momento te miras al espejo: estas en casa, recién levantado, con el café en la mano y con un careto que haría que Freddy Krueger se hiciera pis encima.

Hace años, antes de que existieran las redes sociales, lo más que ocurría es que un amigo te llamara desde mitad de un concierto para que escuchara la canción que más te molaba (al tiempo que mirabas con asco los apuntes subrayados del examen que tenías al día siguiente). O te mandaba un SMS diciendo lo que molaba estar en la playa (mientras tu pasabas la canícula en la ciudad). En épocas aún más pretéritas, lo que te enviaban era una postal o te lo contaban a la vuelta mientras tomabas algo. Ahora no. Ahora todo el mundo tenemos que hacer partícipe a todos de nuestras vidas y le damos una pátina de barniz para que luzcan más.

Nos hemos visto lanzados a la vorágine del «yo más» que se ha visto reforzada por nuestro espíritu voyeur, nuestro afán exhibicionista, un punto de envidia, todo ello envuelto en la inmediatez del internet y coronado con las Redes Sociales. Es evidente que no vamos a exponer nuestras miserias a los ojos de todo el mundo, ni de los amigos de los amigos, ni de los conocidos por eso elegimos los elementos de nuestra vida que son más fotogénicos, esos en los que mejor nos lo pasamos ¿por qué decir que estoy en la cola del paro si voy a pasar la tarde en la piscina y puedo sacar una imagen de mis piernas recortándose contra el cielo y subirla al momento a Instagram y Facebook?

Para aderezarlo aún más, para hundirnos aún más en nuestra autocomplaciente miseria, nos dedicamos a mirar las cuentas de Instragram de famosos diversos, niños ricos, socialités varias y (más recientemente) blogueras de moda¹, que nos trasladan a parajes de ensueño, hoteles fuera del alcance del resto de los mortales o prendas de ropa que cuestan el sueldo medio anual de quince trabajadores en España, todo ello fotografiado con las mejores máquinas, el encuadre preciso, la composición idónea, la mejor postproducción y después subido a la red de turno. Nos fustigamos sabiendo que nunca tendremos esas cosas y que, por mucho que vayamos a París, no podremos hacernos foto alguna en el front row de la Semana de la Moda.

Esas imágenes que ahora nos asaltan las celebrities, son una versión de las que antes aparecían en las revistas del corazón (las cuales ahora también se nutren de este material) tratando de vendernos una cercanía, una complicidad con esas personas que no es más que pura impostura, una forma de venderse como accesibles a todos. Se convierten en productos, en expositores que venden una mercancía, una sofisticada perversión de los anuncios que vemos en los banners de las páginas web. Nunca seremos lo que nos están vendiendo porque no son más que una campaña de publicidad de sangre caliente.

Por aquello de higiene mental, una medida que podemos emplear es poner cada cosa en su contexto. Sabemos que nosotros compartimos aquellos elementos de nuestra vida que mejor nos dejan (no necesariamente los que mejor nos retratan), es lógico considerar que el resto de nuestro entorno hace lo mismo. Por encima de esta primera cuestión lo que debemos tener en cuenta es que tenemos que aprovechar las Redes Sociales como elementos de comunicación y medios de expresión con los que contactar con la gente, no entrar en una competición en busca de la aceptación de los demás.

¹A este respecto, echad un vistazo de «The weakest blogger» en estoybailando.com Descuajeringue de risa garantizado.

Del hashtag como nueva forma de subrayar


Según la Wikipedia, el hashtag se define como:

Una etiqueta hashtag (del inglés hash, almohadilla o numeral y tag, etiqueta) es una cadena de caracteres formada por una o varias palabras concatenadas y precedidas por una almohadilla o gato (#). Es, por lo tanto, una etiqueta de metadatos precedida de un carácter especial con el fin de que tanto el sistema como el usuario la identifiquen de forma rápida.

Dentro de Twitter se considera un elemento imprescindible para marcar los trending topic, las tendencias de las que más se habla en la red de microblogging.

De cara a su estrategia de marketing, las empresas tratan de hacer correr sus correspondientes hashtags con el fin de hacer que sus clientes (actuales o potenciales) se involucren con la marca o con determinada acción que esta propone.

Ahora bien, cuando es un usuario privado el que propone un hashtag, cuando pone una expresión después de la almohadilla, se convierte en una forma de dar importancia determinada conclusión. En la expresión oral disponemos del tono de voz y del lenguaje corporal para reforzar nuestro discurso. En la expresión escrita, además de no vernos coartados por los 140 caracteres que impone Twitter y poder explayarnos libremente, podemos contar con elementos tipográficos como la cursiva, la negrita o el subrayado, elementos de refuerzo de los que no disponen los usuarios de la red social. Aquí es donde entra en juego el hashtag: el usuario es consciente de que la almohadilla refuerza la idea que viene a continuación por lo que terminaría resultando el equivalente a un subrayado o poner un texto en negrita.

Otra red social, nacida al abrigo de la generalización de los teléfonos inteligentes, que también emplea los hashtags es Instagram. En este caso, el uso de dicho elemento se troca en abuso: no es nada raro observar a gente que hace cuelga una foto con una escueta descripción y una nube de etiquetas prácticamente incomprensible, cuyo único fin, si es que tiene alguno, es aparecer en todos los resultados de búsqueda posibles. Por tanto, no trata de reforzar idea alguna, solo de incorporarse a las tendencias temáticas del momento.

Por último, la otra gran red social, Facebook, también se ha encargado de implementar los hashtags como elemento de su comunicación, de forma que parecería que el fenómeno también se debiera extender a esta plataforma. Lo cierto es que el uso de las almohadillas por parte de los usuarios privados de la red creada por Mark Zuckerberg es meramente anecdótico, ya que no existe una limitación de caracteres, se puede agregar a la actualización del estado gran cantidad de emoticonos e imágenes y, por último, pero no menos importante, las actualizaciones de Facebook están pensadas (en principio) para el entorno de amigos, no están abiertas al público como los tweets.

Expertos en todología


entrada_28052014

Muy poca gente es capaz de evitarlo: cuando alguien te cuenta que está leyendo el best-seller del momento, no importa cuál sea o que lo hayamos leído o no, todos nos vemos capaces de dar nuestra opinión. ¿Y en qué la basamos? Nuestras opiniones sobre “Cincuenta sombras de Grey” y en la forma que está escrito parece que nos llegan por inspiración divina, cuando lo cierto es que proceden de distintas fuentes de las redes sociales. No necesitamos leer los artículos completos o sesudos ensayos y críticas al respecto, nos basta con leer los titulares y las entradillas para convertirnos en críticos expertos sobre el tema.

¿Que ha habido “edredoning” en el último reality show de Telecinco? ¿O que la hija de una tonadillera de conocido bigote ha decidido cambiarse de sexo? Podríamos ver el vídeo correspondiente o leer un artículo al respecto pero eso nos llevaría demasiado tiempo. Sólo con revisar Twitter y Facebook y entrar en un par de artículos es suficiente para formarnos una opinión y pontificar sobre el tema. Y ya que hablamos de pontificar, no hemos oído una homilía completa del actual Papa, mucho menos leer alguno de sus artículos, pero hemos revisado los suficientes tuits suyos retuiteados por gente a la que seguimos en Twitter como para poder decir que su posición sobre desigualdad y justicia social es tremendamente progresista.

Nunca había sido tan fácil como ahora fingir que sabemos sobre tantas cosas como ahora sin saber nada en absoluto. Cogemos temas, piezas relevantes que se repiten Facebook, Twitter o newsletters y las regurgitamos. En lugar de ver “Mad men” o el final de liga o un debate político, nos dedicamos a leer el timeline de alguien que lo tuitee en directo o a leer el resumen al día siguiente. Nuestro canon cultural se está viendo limitado a aquello que obtiene más clicks.

Ahora mismo lo que sufrimos es la constante presión de saber de todo en todo momento, a menos que queramos quedar como analfabetos culturales. De esta forma podremos sobrevivir a una conversación de ascensor, una reunión de negocios o una fiesta, de manera que podemos publicar, tuitear, comentar o whatsapear como si hubiéramos visto, leído, mirado y escuchado. Lo que importa la mayoría de las veces no es que hayamos consumido el producto de primera mano, sino que sepamos que existe y desde la opinión que nos hemos formado al respecto, ser capaces de que nuestro interlocutor se involucre. Estamos llegando a conformar un pastiche de pseudoconocimiento que no deja de ser un nuevo modelo de todología.

No es que mintamos cuando demos la razón a un colega sobre lo que comenta respecto a una película o un libro que ni hemos visto, ni leído, ni siquiera revisado la crítica. Hay grandes posibilidades que nuestro interlocutor simplemente repita las mordaces observaciones de alguien en su timeline o en su muro. Gran parte de las interrelaciones conversacionales se construyen a partir de unos cuantos datos extraídos de la revisión diaria de las aplicaciones de nuestros teléfonos móviles. Al fin y al cabo, a nadie le gusta quedar como la persona que no está al corriente de la temporada de “Juego de tronos” al ritmo de emisión de Estados Unidos, menos aún de la serie coreana de la que toda la gente entendida habla sin parar.

Cuando quiera que cualquiera en cualquier lugar menciona cualquier cosa, nosotros debemos fingir conocer el tema. Incluso parecer expertos. Los datos se han convertido en nuestra moneda de cambio. Y hablando de moneda, el ejemplo perfecto sería la Bitcoin, algo de lo que no dejamos de hablar pero que parece que nadie llega a comprender del todo.

Es comprensible que una de las partes, o ambas, en una conversación pueden tener una idea somera sobre el tema que están tratando. Todos estamos muy ocupados, más que ninguna generación hasta ahora. Y como nos pasamos el día mirando nuestros teléfonos y nuestras pantallas, mandando mensajes y tuiteando sobre lo ocupados que estamos, ya no tenemos demasiado tiempo para consumir información de primera mano. En lugar de eso, confiamos en la gente a la que “seguimos” o en nuestros “amigos” o eso es lo que creemos.

¿Quién decide qué debemos saber, qué opiniones debemos tener en cuenta, qué ideas podemos reciclar como propias? Parece ser que los algoritmos puesto que tanto Google, como Facebook o Twitter y el resto del complejo de redes sociales post-industriales confían en estas herramientas matemáticas para saber qué estamos leyendo, viendo y comprando.

Hemos externalizado nuestras opiniones en este bucle de datos que nos permitirá mantener las apariencias en una cena en la mientras parece que se está hablando de “El Gran Hotel Budapest” lo que realmente se hace es comparar las fuentes de redes sociales, mientras nadie reconoce que está completamente perdido en la conversación. En lugar de eso asentiremos mientras decimos “He escuchado algo” o “Me suena un montón”, lo que normalmente quiere ser una declaración sobre nuestro absoluto desconocimiento del tema en cuestión.

Ahora la información está en todas partes, nos someten a un constante flujo que está en nuestras manos, en nuestros bolsillos, en nuestros portátiles, nuestros coches, hasta en la nube. El flujo de datos no puede controlarse. Fluye en nuestras vidas como una marea creciente de palabras, hechos, bromas, chascarrillos, GIFs, cotilleos y comentarios que amenazan con ahogarnos. Tal vez el temor a ahogarnos es lo que está detrás de nuestra insistencia de que hemos visto, hemos leído, hemos sabido. Es una manera poco convincente de considerarnos a flote.

Así nos encontramos braceando desesperados, haciendo observaciones sobre memes de cultura pop, porque admitir que nos hemos quedado atrás, que no sabemos de lo que se está hablando, de que no tenemos nada que decir sobre cada tema que aparece en nuestra pantalla, es estar muerto.

Traducción y adaptación del artículo original de Karl Taro Greenfeld «Faking cultural literacy» para New York Times

Del insulto como argumento político


insulto.

(Del b. lat. insultus).
1. m. Acción y efecto de insultar.
2. m. desus. Acometimiento o asalto repentino y violento.
3. m. desus. accidente (‖ indisposición repentina que priva de sentido o de movimiento).

insultar.
(Del lat. insultāre, saltar contra, ofender).
1. tr. Ofender a alguien provocándolo e irritándolo con palabras o acciones.
2. tr. desus. Dicho de una enfermedad: Atacar, acometer.
3. prnl. Cuba. encolerizarse.
4. prnl. p. us. Sufrir una indisposición repentina que prive de sentido o de movimiento.

insulto_small

Es bien sabido que para ser político no es requisito haber estudiado, que no se exige un mínimo de preparación previa alguna. Por no tocar el tema de los idiomas, especialmente el inglés. También se sabe que para ser político no es necesario haber trabajado nunca, pudiendo llegar a ser ministro, como es el caso de Fátima Báñez. Pero no sólo me refiero a la empresa privada. Es que si, por casualidad, aprueban la oposición que les de una plaza en algún organismo público, piden la excedencia y no trabajan ni un sólo día en aquel puesto para el cual (es una suposición) han tenido que estudiar hasta que han terminado con los codos pelados (la broma de las rodillas se me ha pasado por la mente, pero he preferido dejarla de lado).

Pues bien, llegan a su puesto de responsabilidad política porque su partido ha logrado la mayoría suficiente como para gobernar (es un decir, es bien sabido que el sistema electoral español, gracias a la ley D’Hont y el cociente Droop, es de todo menos justo y proporcional. Por no mencionar la alergia de los partidos «mayoritarios» a las listas abiertas) y es la hora de llevar a la práctica las promesas que les han llevado a su privilegiada nueva posición. Y ahí, los políticos, independientemente de su género sexual, son como los hombres: PROMETER HASTA METER Y UNA VEZ METIDO… os hacéis cargo ¿no? Empiezan escudándose en las excusas más peregrinas, en el «yo no quería, pero UE/FMI/Merkel/Conferencia episcopal me ha obligado», «la herencia recibida» y el argumento estrella de todos los gobiernos «y el anterior más».

INTERNET: EL ENEMIGO DEL POLÍTICO FALTÓN

Hasta hace relativamente poco las excusas eran relativamente útiles: la gente no tenía más acceso a la información que a través de la radio, la televisión y la prensa, era unidireccional. El españolito recibía la información y ahí se quedaba. Se podía cabrear más o menos, lo podía compartir con sus amigos, familia y compañeros de trabajo, pero no pasaba de la pataleta que se contaba a una serie de personas sin ninguna relevancia para el que estaba en el poder. Pero he aquí que eso cambió y llegó… INTERNET.

Seamos sinceros, la llegada de internet (mediados de los 90) y su generalización no supuso más cambio que un incremento descomunal de la información a la que el personal nos veíamos expuestos. No es hasta que se desarrolla el aspecto más social de la red (lo que llaman redes sociales o web 2.0) que la gente deja de ser el receptor pasivo de la información que recibe a convertirse en generador de la información. Hasta la llegada de Facebook o Twitter. Y entonces es cuando los políticos vieron que la población se desmadraba. Y les da miedo: antes podían soltar alegremente cualquier comentario jacarandoso que dejara al descubierto su incapacidad de gobernar o su desprecio por sus electores y, sobre todo, por el resto de la población del país: la repercusión de esos comentarios no iba más allá de unas cuantas pataletas sin importancia; desde que internet entró en nuestras vidas, sus argumentos y ocurrencias se difunden a tal velocidad que un error puede ser la chanza de la semana, poniendo a sus protagonistas en la picota.

Los ejemplos son múltiples y sangrantes. El más delirante es la explicación de lo que es una «indemnización en diferido»

Hasta hace poco tiempo, un dislate de esta envergadura se hubiera convertido en una mera anécdota. Pero hoy se comparte en las redes sociales, se hace chanza de todo ello a una velocidad inusitada. Vamos a conceder a ésta persona el beneficio de la duda y la vamos a considerar una persona inteligente: Está claro que ni ella misma se cree unas excusas que, pese a llevar por escrito, es incapaz de mantenerlas sin tartamudear y trabarse. Sabe que está faltando a la verdad y, al empecinarse en mantener su falacia, sus declaraciones se convierten en un insulto para la inteligencia del común de los mortales.

Aunque no es el único momento de insultos de ésta política, cuyos votantes son «los que pagan la hipoteca«. Afirmación que se volvió en su contra a través de Twitter con un hashtag justificado pero de cierto mal gusto (por más que lo comparta, creo que somos lo suficientemente educados como para poder evitar caer en la zafiedad)

Sus amplios conocimientos de historia la llevan a comparar esto:


(via @JaimeAlekos)

con esto otro:

porque «Se violenta el voto». Claro. El problema es que la población, se ha cansado de argumentaciones, mentiras, despilfarro y corrupción y quieren recuperar el «demos» de la «democracia», no meter una papel en una caja de plástico barato una vez cada cuatro años. Y eso atemoriza a los violadores de la democracia.

Esta señora es una de los que se han erigido en gurús del insulto como argumento político. Porque también podemos revisar los insultos de Arias Cañete: sugiriendo «duchas de agua fría para ahorrar energía» mientras comemos «yogures caducados«. O Martínez Pujalte indicando que los afectados por las hipotecas quieren la dación en pago «para poder comprarse otra vivienda«. Y claro, también está Alicia Sánchez-Camacho, que ante el descubrimiento de que se le triplicó el suelo se justifica diciendo «Hago lo mismo que han hecho otros presidentes del PP«. Sí, es una pena que la tradición entre los presidentes peperos no fuera emigrar…

Tampoco es despreciable el insulto y la falta de educación de Bárcenas que, estando en el ojo del huracán por haber hecho con dinero propio, ajeno, declarado, negro, legal e ilegal, todo aquello que le ha venido en gana, regaló a los periodistas (por ende, a toda la ciudadanía) una castiza peineta.

No sé si llamarlo insulto, pero lo que está claro es el desprecio que siente el presidente del Gobierno hacia la gente de su país. En un principio pensé que se trataba de la agudización de los múltiples complejos de los que ha hecho gala durante todos los años que ha estado en la oposición, pero no, lo que le ocurre al señor Rajoy es que se cree por encima del resto de los mortales y por eso hace declaraciones vía televisión de plasma a unos periodistas que están en la habitación de al lado. Sí, televisión de plasma, el enemigo de la política y culpable de la crisis económica (esas declaraciones también podemos considerarlas como un insulto).

ABORTO= ANALFABETISMO+TERRORISMO+FRACASO

Con la reciente modificación de la ley del aborto (esa que nos devuelve a los años 80) nos hemos encontrado con joyas del insulto que valen su peso en oro. Sin entrar en el hecho de que es un insulto a los derechos de las mujeres (jaleadas además por hombres y por sacerdotes) ciertas «políticas» también se han apuntado a la moda de defender las ideas mediante el insulto, como es el caso de Beatriz Escudero, una mujer que compara el embrión humano con el de los calamares. Si eso no fuera suficiente, la buena señora desarrolla una ecuación que pone en relación el nivel educacional de la mujer con la probabilidad de que aborte. Todo lo cual se basa en estadísticas que no cita. No vaya a ser que la realidad le rebata un (insultante) argumento. Es lo que viene a denominarse comunmente «hacer un Toni Cantó». Al hilo de éste tema, los políticos, en concreto el pío Jorge Fernández Díaz no tardó en comparar el aborto con el terrorismo. Imagino que no es que quisiera insultar la inteligencia de la opinión pública sino que quería llevar a su terreno un tema que no compete al ministerio de Interior. A todo esto, me viene a la mente ¿por qué el aborto es competencia del Ministro de Justicia si, en realidad, es un tema de salud? Bueno, eso supondría que caería en manos de Ana Mato, que no sé qué es peor. Volviendo al tema del aborto, insultan a las mujeres llamándolas analfabetas y terroristas. Y Soraya Saenz de Santamaría, en lugar de mantener el perfil bajo, lo remacha diciendo que el aborto es un fracaso. Ahí lo llevas.

Y LOS CACHORROS QUE VIENEN DETRÁS

Nuevas (de)generaciones de políticos se están apuntando a ésta moda. Gente que estaba calentando el banquillo de las piscifactorias políticas (Nuevas Generaciones o Juventudes Socialistas) y que nadie conocía más allá de los implicados en políticas juveniles en el ayuntamiento/comunidad en la que viven. Suelen ser esos que aparecen con cara de apailados detrás del lider de turno cuando este hace un mitin en la ciudad de turno. Ahí nos encontramos a Beatriz Jurado afirmando que PSOE e IU «solo quieren jóvenes borregos» mientras el PP quiere jóvenes que trabajan. Ahí nos encontramos con el problema de la «movilidad exterior» que tan bien explicó la verborréica y devota de la Virgen del Rocio, Fátima Báñez: los jóvenes en España se están viendo obligados a emigrar. Los que se quedan es por que tienen un enchufe en el PP como es el caso de Carromero que cobra 50.000€ al mes por hacer no se sabe exactamente qué ni con qué mérito (más allá de conducir el coche en el que murió Osvaldo Payá), el de Juan Carlos Caballero cobrando 45.000€ por ser guapo o el de Miss Baleares 2009. Y como Beatriz Jurado no se queda a gusto con lo de (el silencio de) los borregos y envalentonada porque sus estulticias tuvieran un altavoz, no se sonroja en afirmar que Bañez es el hada madrina de los jóvenes. Somos más de 6 millones de personas deseando que lo demuestre.

MENCIÓN ESPECIAL: Juan José Pérez Macián

Este energúmeno se explayó en un artículo contra el 15-M en términos vergonzantes:

Híbridos de hiena y rata. Sí, os digo a vosotros: ¿Se os ha tragado la tierra?. ¿Os han comido los gusanos?. ¿Dónde estáis?. ¿Debajo de qué piedras os escondéis ahora?. ¿Por qué no se os ven ahora las rastras?. ¿No sabéis dónde está la calle de Ferraz?. ¿Ni la dirección de la Junta de Andalucía?. ¿Por qué no se os ve ahora con perros y flautas ante las sedes socialistas?. ¿No tenéis nada que decir a los de CCOO y UGT?. ¿No?. ¿No habéis sido capaces de autoorganizaros en tantos días que han transcurrido ya desde que la Juez Alaya desenredó el repugnante escándalo de los ERES de Andalucía?. ¿Habéis perdido todos el smartphone?. ¿Os habéis quedado sin whatshapp?. ¿Os lo ha desactivado el PSOE?. ¿O es que os parecen pocos millones de euros los 50 robados de las arcas públicas andaluzas a parados y necesitados?. ¿Que un sindicalista andaluz se haya embolsado cuatro millones y medio de euros a costa de los parados, ya no merece vuestra protesta airada y alimentada de insultos y agresiones con ese estilazo que os caracteriza cuando incendiais la calle Génova?. ¿O es que éstos chorizos de la izquierda sí os representan?.

No sólo no se ha retractado de sus palabras, es que su partido ni siquiera le ha amonestado. De dimitir no hablemos, por favor.