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Redes sociales: Espejito, espejito mágico…


Abres el Facebook y te encuentras con el reportaje fotográfico de las vacaciones en las Seychelles de tu amiga. Un poco más abajo, aparece la imagen de la hija de no sabes quién dando sus primeros pasos. Más allá, otros aparecen preparándose para ir a una boda en un entorno inigualable de belleza sin igual. La maravillosa cala en donde unos han estado tocando la guitarra en torno a una hoguera. Múltiples fotos de gatos. Una imagen del sushi del restaurante de la ciudad donde no es posible lograr mesa o, si se puede, no es factible pagar la cuenta y seguir comiendo el resto del mes. Todo el mundo parece que tiene una vida más (atr)activa que cualquiera de las estrellas de Hollywood. En ese momento te miras al espejo: estas en casa, recién levantado, con el café en la mano y con un careto que haría que Freddy Krueger se hiciera pis encima.

Hace años, antes de que existieran las redes sociales, lo más que ocurría es que un amigo te llamara desde mitad de un concierto para que escuchara la canción que más te molaba (al tiempo que mirabas con asco los apuntes subrayados del examen que tenías al día siguiente). O te mandaba un SMS diciendo lo que molaba estar en la playa (mientras tu pasabas la canícula en la ciudad). En épocas aún más pretéritas, lo que te enviaban era una postal o te lo contaban a la vuelta mientras tomabas algo. Ahora no. Ahora todo el mundo tenemos que hacer partícipe a todos de nuestras vidas y le damos una pátina de barniz para que luzcan más.

Nos hemos visto lanzados a la vorágine del «yo más» que se ha visto reforzada por nuestro espíritu voyeur, nuestro afán exhibicionista, un punto de envidia, todo ello envuelto en la inmediatez del internet y coronado con las Redes Sociales. Es evidente que no vamos a exponer nuestras miserias a los ojos de todo el mundo, ni de los amigos de los amigos, ni de los conocidos por eso elegimos los elementos de nuestra vida que son más fotogénicos, esos en los que mejor nos lo pasamos ¿por qué decir que estoy en la cola del paro si voy a pasar la tarde en la piscina y puedo sacar una imagen de mis piernas recortándose contra el cielo y subirla al momento a Instagram y Facebook?

Para aderezarlo aún más, para hundirnos aún más en nuestra autocomplaciente miseria, nos dedicamos a mirar las cuentas de Instragram de famosos diversos, niños ricos, socialités varias y (más recientemente) blogueras de moda¹, que nos trasladan a parajes de ensueño, hoteles fuera del alcance del resto de los mortales o prendas de ropa que cuestan el sueldo medio anual de quince trabajadores en España, todo ello fotografiado con las mejores máquinas, el encuadre preciso, la composición idónea, la mejor postproducción y después subido a la red de turno. Nos fustigamos sabiendo que nunca tendremos esas cosas y que, por mucho que vayamos a París, no podremos hacernos foto alguna en el front row de la Semana de la Moda.

Esas imágenes que ahora nos asaltan las celebrities, son una versión de las que antes aparecían en las revistas del corazón (las cuales ahora también se nutren de este material) tratando de vendernos una cercanía, una complicidad con esas personas que no es más que pura impostura, una forma de venderse como accesibles a todos. Se convierten en productos, en expositores que venden una mercancía, una sofisticada perversión de los anuncios que vemos en los banners de las páginas web. Nunca seremos lo que nos están vendiendo porque no son más que una campaña de publicidad de sangre caliente.

Por aquello de higiene mental, una medida que podemos emplear es poner cada cosa en su contexto. Sabemos que nosotros compartimos aquellos elementos de nuestra vida que mejor nos dejan (no necesariamente los que mejor nos retratan), es lógico considerar que el resto de nuestro entorno hace lo mismo. Por encima de esta primera cuestión lo que debemos tener en cuenta es que tenemos que aprovechar las Redes Sociales como elementos de comunicación y medios de expresión con los que contactar con la gente, no entrar en una competición en busca de la aceptación de los demás.

¹A este respecto, echad un vistazo de «The weakest blogger» en estoybailando.com Descuajeringue de risa garantizado.

Fausto


Hay momentos
en que eres tan inocente
como un niño
con una granada en el bolsillo.

Otras veces
tus labios
se desvelan como minas.

Desconcierto.

Y tus gestos
abarcan todo el espacio
todo el tiempo
y me robas
el horizonte.

Anhelo.

Cuando me despisto
descubro la traición
de un temblor
-leve-
en tus palabras.

Escarnio sobre tus labios.

Y el reloj avanza.

No puedo suponer
ni imaginar
otra forma de odiarte
más que fingir desprecio.

Desconcierto.

Es que no sé por donde vienes.

Es que no sé adonde vas.

¿Crees que en algún momento
podrás devolverme el alma?

Tocar tierra


Puedo hacerlo.

De verdad.

Aterrizar
y llenarme las rodillas
de tierra
y el alma de arañazos,
los ojos
de arena.

Tocar tierra
no debe de ser tan difícil
una vez has conseguido volar,
después de haber despegado
y compartir con Ícaro
alas y trayectos.

No puede ser difícil.

Tengo que hacerlo.

Después de remontar el vuelo
tocaré tierra,
sin querer y sin poder,
como si hubiera caído
de un columpio
en desordenado vaivén.

Podré hacerlo.

Volar y tomar tierra.

Como uno de esos sueños.

Sé volar
y voy a hacerlo.

Aunque luego despierte.

Escribo sexo


Escribo sexo
con las letras de tu nombre,
con las ropas
esparcidas por el cuerpo,
con tu peso tibio
sobre el colchón.

También escribo deseo
pero se mezcla con recuerdo,
no del todo,
como aceite y agua.

Junto la s con la e,
añado una x
concluyendo con la o…
relleno un crucigrama
sin definiciones.

Es difícil.

Lo sé.

Cuántas veces
puedo tropezar contra
los mismos muros de hormigón.

Me vence el cansancio
de este castigo
que se escribe como el tedio
también con las letras de tu nombre.

Y tristeza,
no nos olvidemos de ella,
que también tu nombre
me sirve para escribir
sobre ella,
y tacharla
y escupirla
e irla desterrando de los diccionarios.

Adicción


… y a un lado las maletas,
las fotos en sepia
y las tendencias pirómanas.
No digas que no te lo advertí,
que siempre te mostré mi humo,
que no te oculté mi hoguera.

Fue después de mucho tiempo
buscando
cuando encontré el rescoldo.

Después de mucho tiempo
que me volví adicto
a los corazones rotos
adicto
a los ojos negros
adicto
a las causas perdidas
y las batallas ganadas
adicto
a hacer maletas
adicto
a deshacer lazos,
todo lo que puedo haber sido
ya no significa nada.

No nos engañemos.
Nunca te he mentido.
Nunca.
Ni cuando estaba acorralado.
Tampoco cuando no distinguía
entre el deseo y el desespero.
Nunca.
No te escondí mi humo.
Tampoco mi hoguera.

Ni mis tendencias pirómanas.

Esa memoria de agua


Esa memoria de agua
justo al borde de tus dedos,
sal y precipicio
donde el tiempo te mira
desde atrás
y no sabes cómo pedir perdón
por dar la espalda.

Esa memoria
que aún no es.

Memoria de agua
en un mar
que el tiempo
se encargará de convertir
en desierto.

¿Qué quieres que diga?

Ahora el fragor de la batalla
ha dejado mis labios heridos.

Recuento de bajas.

Memoria de agua
que me ata
como un as de guía.

Mi cuerpo de noray.

Tus manos de mar
y tierra adentro
donde el agua
es el delirio
de un demente.

Tu delirio,
el desprecio
por lo que vendrá,
la alergia a los tiempos verbales
del presagio y de la premonición.

Y otra vez la memoria,
la maldita memoria de agua
que recupera canales olvidados,
dominios anegados
antes de ser desiertos.

Ven.

Que te voy a enseñar un olvido
en el que nunca has estado;
la triste sordidez
de las habitaciones vacías
que construyen mi cuerpo,
los laberintos sin salida
de una cinta de Moebius.

Ven.

Que la memoria de agua
convertirá el antes
en después
y el ahora
en mañana.

Ojos de ti


No hace falta
repetir las excusas de la inmediatez,
del deseo apresurado
que apenas se encuentra
en la punta de los dedos.

No hace falta.

No.

En serio,
no es necesario
seguir bebiendo de tu sed
y llevar mis ojos llenos de ti.
Mis ojos vacíos.
Llenos.
Ojos.
De ti.

Nunca he creído
en el después
porque nunca se sabe
qué demonios pasa
tras el colorín colorado.

¿Quién iba a creer
que, por una vez,
rezaba con la fe
de quien está
al borde de un precipicio?

Fe.
Y naufragios.
Náufrago de mi mismo.
Condenado a llamarme
Viernes
cuando me quito la careta
de Robinson.

Mis ojos llenos de ti.
Vagando entre rostros.
Ojos vacíos.
Llenos.
Ojos de ti.

Ahora se pudre la fruta
y en cada hachazo
me desnudo un poco más.
Sólo un poco.
Más.

Fe y naufragios.
Ojos de ti.
Sentimiento esterilizado
que perdí en la mudanza.

Abandono


Abandono
la búsqueda
de soledades premeditadas,
los silencios envueltos
en papel de aluminio
en la segunda balda
de la nevera.

Me retiro de los llantos
de la ropa recién colgada
y de los desastres,
sobre todo de los desastres,
de aquellos que me esperan
tras el hundimiento del buque.

También renuncio
a las esperas.

Porque sí.

A partir de ahora
no querré otro silencio
de pasos perdidos.

Porque se me ha arañado el alma,
mi alma
se ha herido
con un rastrillo
de jardines secos,
con la cuchilla
de un patín para el hielo,
con el desdén de las nubes.

Lloraré
por todos los muertos
que en el mundo han sido
y también por los ataúdes vacíos,
más aún por esas cajas vacías
que buscan un dueño,
un nombre,
una esperanza…

(Fuente foto: http://www.morguefile.com/archive/display/659240)

Diferentes estadios de tu desnudez (y 4)


Tras el resto de la piel,
el pelo,
tus labios
y la saliva,
tras el sudor
y el semen,
tras todo eso,
pequeñas escaramuzas
de aprendiz de mosquetero.

Un tiempo para la distancia.

Una distancia para el tiempo.

Tregua en tu batalla
antes de continuar la guerra.

Cuenta atrás.

De nuevo tu piel y tus manos,
tus besos
con lengua
y nuevas escaramuzas
en las que perder
la guerra.

Diferentes estadios de tu desnudez (3)


Tu pelo arremolinado
tras la batalla.

Después del fuego
queda el rescoldo
de marcas rosadas
sobre la piel de trigo
de tu espalda.

Ahora conozco tu cuerpo.

Ya no es como antes.
Ya no.
Ya no podrá serlo.

Ahora he conocido
tus continentes y tus mares,
tus valles,
tus ríos,
tus montañas.

He trazado un minucioso mapa
de lo desconocido,
poniendo mi bandera
en cada cima y cada llanura,
en cada nuevo territorio.

Ahora formas parte
de mi atlas.